Cuando una empieza a leer a las teóricas feministas y a ver el mundo desde las gafas violetas: la división sexual del trabajo es una de las bases fundamentales del sistema patriarcal. Las mujeres en lo privado/reproductivo y los hombres en lo público/productivo. Y hay mucha gente que afirma que esta división ya no se aplica, ya que las mujeres estamos completamente integradas en la fuerza laboral. Pero, una vez más, estas afirmaciones subestiman al patriarcado mutante.
División sexual del trabajo es que en el imaginario colectivo existan profesiones masculinas y femeninas. Según el binomio de mujeres emocionales vs hombres racionales: persiste la idea de que las carreras “duras”, las ciencias exactas son para los hombres; y las mujeres deben dedicarse a las humanidades, ya que son más empáticas y sensibles.
El patriarcado, a través de sus representantes destacados, afirma que no han habido mujeres destacadas en las ciencias, que la biología de los hombres les permite realizar trabajos pesados, que como las mujeres viven el embarazo no pueden comprometerse con investigaciones de campo, que si llegamos a entrar es gracias a nuestros padres/hermanos/novios/esposos, que las mujeres no deberíamos entrar en estos campos y que si lo hacemos estamos provocando cualquier expresión de violencia que podamos recibir.
Y resulta que no es así. En los 300 Alejandra de Hipatia era profesora de astronomía y en los 1800 Ada Lovelace estaba escribiendo el primer lenguaje de programación. El desarrollo físico del ser humano depende del entrenamiento que se le de al mismo: así que habrá mujeres fuertes y hombres débiles. La maternidad es una elección, y la crianza compartida debería ser la norma. Por difícil que sea para el patriarcado entenderlo: las mujeres tenemos gustos, preferencias, sueños, habilidades y capacidades propias; y nada, absolutamente nada, justifica la violencia.
El desarrollo físico del ser humano depende del entrenamiento que se le de al mismo: así que habrá mujeres fuertes y hombres débiles
En octubre de este año pasé tres semanas participando del programa de intercambio Ocultas No Más (#HiddenNoMore), en el que 48 mujeres de todo el mundo viajamos por 4 ciudades de Estados Unidos para conocer más sobre estrategias para promover la participación de niñas y mujeres en las ciencias, tecnología, ingenierías y matemáticas (STEM). ¡Sí, 48 mujeres en 48 países, haciendo cosas para promover que mujeres de todas las edades se desarrollen plenamente en las llamadas “ciencias duras”!
Tuve muchos aprendizajes de esas tres semanas y acá voy a dejar dos ideas que quedaron resonando en mi cabeza sobre lo que podemos hacer desde nuestros contextos para subvertir y superar las barreras que las mujeres encontramos al entrar en estos ámbitos.
1. Mentoras y campeonas
El tema de las mentorías fue uno de los ejes más importantes del intercambio y se nos explicaba dentro de contextos universitarios, en los que las profesoras actuaban de mentoras con hasta 10 estudiantes al año: dando seguimiento a sus decisiones académicas y aconsejandoles. Asumir una mentoría es adquirir un compromiso de apoyo y acompañamiento con otras mujeres, que apela a la importancia de tener modelos a seguir, pero también la importancia de nosotras mismas convertirnos en esas personas que admiramos cuando éramos más jóvenes.
La reflexión sobre el papel de las mentoras me llevó a preguntarme: ¿Quienes son mis mentoras? Y resulta que mis mentoras han sido y siguen siendo mis pares. Puedo identificar que hay por lo menos 10 mujeres en mi vida a quienes puedo recurrir en diversas situaciones. Son mis mentoras. Soy su mentora. En una dinámica de iguales, para nada estructurada, que surge de la necesidad de complicidades y apoyo en todos los ámbitos de la vida.
¿Quienes son mis mentoras? Y resulta que mis mentoras han sido y siguen siendo mis pares
Y es igual de importante que estas mentoras sean también tus campeonas. Es importante empezar a impulsar las carreras de las mujeres que nos rodean: escribir cartas de recomendación, nominarles para premios, crear oportunidades para otras mujeres. Y también pedirle a nuestras mentoras que asuman este papel y nos ayuden. Crear cadenas de apoyo multidireccionales: redes de sororidad en la academia y en lo laboral.
2. Contar historias
Antes que Margot Lee Shetterly publicara su libro “Figuras Ocultas”, ya había vendido los derechos a la película y estaba trabajando paralelamente con los guionistas. La historia de tres mujeres afroamericanas, Katherine Johnson, Dorothy Vaughn y Mary Jackson: fundamentales, cada quien en su campo, para el lanzamiento al espacio del primer astronauta estadounidense. Nominada a tres premios Oscar en 2017, la película ha impactado en otros múltiples ámbitos: desde el reconocimiento oficial al legado de Katherine a la NASA con el nombramiento de un edificio en su honor, el lanzamiento de un set de LEGO, la foto viral de tres niñas disfrazadas como las protagonistas de la película, hasta el programa de intercambio en el que participé.
La historia de estas tres mujeres necesitaba ser contada. Y muchas otras figuras ocultas, muchas otras historias que necesitamos conocer. Bien dice Rosa Montero “porque hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar aguzando el oído y escuchando los susurros de las mujeres”.
Quiero conocer la historia de Johanna en Perú, creando una nueva generación de científicas; y la historia de Vania en México y JJ en Corea del Sur, armando robots con niñas; y la historia de todas las mujeres que conocí en este viaje; y la historia de las mujeres que inspiraron a estas mujeres; y las historias de las mujeres que serán inspiradas por ellas.
Y esta premisa vuelve a la importancia de los roles a seguir. Vuelve a la idea de rescatar la genealogía feminista. Vuelve a la idea del conocimiento y reconocimiento entre mujeres. Me lleva de regreso a la necesidad de crear redes, de crear espacios y de continuar luchando, desde donde podamos, para construir nuevas sociedades libres del patriarcado mutante.
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