¿Se aburrieron las feministas del activismo en línea? La micropolítica y el abordaje político afirmativo de las ciberfeministas suele presentarnos mapas dinámicos, temáticos y cambiantes de afinidades, de correlaciones políticas, y en la construcción de esas unidades existe un fuerte potencial. Sin embargo, no son pocos los obstáculos que deben enfrentar las feministas en las comunidades virtuales. “Pero su participación continúa”, afirma Lamia Kosovic en este artículo escrito para GenderIT.org. “El ciberfeminismo hoy es más sobre cartografía, donde los mapas siempre pueden trazarse de manera diferente. Y nuestra tarea es convertirnos en agentes activas de la producción de cambios para provocar intrusiones capaces de desmantelar este organismo y sus ataduras conceptuales”, sostiene.
En una era de virtualidad, ya somos casi poshumanas. Somos ensambles de constituyentes orgánicos en base a carbono y constituyentes electrónicos en base a sílice; híbridas, cuya naturaleza multifacética no se ajusta ni a una identidad unificada ni a las formas convencionales de la producción y la subjetividad. Nuestro propósito ha sido desintegrar profundamente un territorio marcado por la producción de un código maestro que durante demasiado tiempo mantuvo a nuestros deseos atrapados en la economía de lo Mismo (1).
El ciberfeminismo, el feminismo digital, el activismo feminista en línea, etc., son unas pocas entre muchas expresiones que se refieren a las actividades políticas feministas en la realidad virtual, nuestra dinámica procesal dentro del entorno virtual. Ya desde hace muchos años, las ciberfeministas venimos contribuyendo a resaltar las estructuras rizomáticas, la no linealidad, las rupturas y la disrupción que han infundido el debate sobre la tecnocultura con esperanzas de acceso y transformación. El activismo producido por las feministas en línea ha girado en torno a sacar a luz las armas patriarcales de vigilancia y control de los cuerpos de las personas y el conocimiento. Ha sido sobre descifrar, aunque sea parcialmente, el código maestro y liberar nuestros deseos mientras tejemos redes solidarias. Siguiendo fielmente nuestros encuentros encarnados con la realidad sensible, las ciberfeministas promovimos un activismo en torno a “realidades sociales y corporales vividas, en las que las personas no le temen a su afinidad articulada con los animales y las máquinas, ni le temen a las permanentes identidades parciales y posiciones contradictorias” (Haraway, 1991:154). Con sus filtros políticos, fuimos capaces de ver el mundo en tonos de verde, ultravioleta y rojo. Y mientras inevitablemente fuimos testigos de la profunda reestructuración del comportamiento social, las instituciones, los conceptos y la amalgama y dilución de las fronteras entre humano y máquina, masculino y femenino, público y privado, el yo y lo Otro – todo lo cual porta un gran potencial para desmantelar la objetividad desencarnada del humanismo y sus proyectos de dominación y colonización, también fuimos testigos de la gran lucha de las corporaciones, las organizaciones internacionales y los gobiernos nacionales por controlar la estructura, contenido y flujo de la información y preservar los proyectos mencionados.
Hoy seguimos experimentando brutalidad extrema, genocidio, despilfarro y odio; el tiempo y los espacios en que vivimos son peligrosos. Se torna difícil dar cuenta de los cambios que se despliegan, por lo que la urgencia que viven los sujetos contemporáneos por responder a las condiciones que cambian tan rápido es quizás mayor que nunca. Dejar intacto el dominio permanente de la lógica de la identidad, a pesar de la proliferación de textos académicos dentro del paisaje intelectual que nos urgen a reconsiderar nuestras relaciones con nosotras, con otros seres humanos y con el mundo que vivimos, y a pesar de los esfuerzos artísticos y del activismo que nos fuerzan a conectarnos con un pensar y un actuar diferentes, es por lo menos aterrador. Por debajo de la subjetividad ciborgiana y de la fascinación con la manipulación y reconfiguración de las partes del cuerpo, la subjetividad llevada hacia fuera de la piel y proyectada en las redes sociales provistas por una internet que alguna vez imaginamos revolucionaria, encontramos una vez al sujeto cartesiano racional. La micropolítica y el abordaje político afirmativo de las ciberfeministas suele presentarnos mapas dinámicos, temáticos y cambiantes de afinidades, de correlaciones políticas. La política de la afinidad, como la llamaría Donna Haraway, en lugar de política de la identidad. Existe un gran potencial en estos mapas, en la construcción de esas unidades. Confío en que las ciberfeministas no tienen el privilegio de abandonar la nave digital. Pero, de todas maneras, pausan y cuestionan sus compromisos activistas virtuales en conjunto, porque han sido parte de esta lucha de poder estructural que“no traduce bien un mensaje activista”, como dijo una activista ciberfeminista entrevistada para este artículo (2).
Como escribió Stephen Pfolh en The Cybernetic Delirium, comando, control y comunicación – los tres actores principales de la cibernética “tienen su raíz en el sacrificio reiterado de otras formas de ser en los mundos en los que ‘nosotras’ estamos y sobre los que nos comunicamos”. La realidad virtual junto con los discursos cibernéticos siempre han tenido dificultades para escapar de las premisas de la metafísica occidental, y cuanto más virtuales devenimos, es decir, cuanto más tiempo pasamos “conectadas”, más llegamos a ver la traducción de la economía de lo mismo en los tendidos de nuestras redes. Por tanto, una tarea importante de las ciberfeministas sería revisar, repensar y reposicionar constantemente nuestro movimiento en las redes virtuales, porque escaparle a la velocidad del cambio definitivamente no es una opción.
Hace algunos años escribí sobre las mutaciones, metamorfosis y transformaciones como los procesos empoderadores de nuestra vida cotidiana. Entonces reconocí que la brutalidad de las relaciones de poder, tal como la conocemos, no había permanecido inmune a esos procesos de transformación – resultó empoderada por ellos. Desde entonces, este empoderamiento se ha vuelto extremo. Cuando escribió sobre la sociedad de control en Dos regímenes de locos, Gilles Deleuze señaló: “No confinas a las personas con una autopista. Pero haciendo autopistas multiplicas los medios de control” (322). Las autopistas digitales se multiplican. Conceptos como metamorfosis y mutaciones ya no son productos de la ciencia ficción. No lo han sido en años. Son conceptos de gran significación para las instituciones educativas, gubernamentales y científicas y sus compañeras íntimas, las corporaciones. Estos procesos están ligados a industrias bioquímicas donde se tranforman aún más a fin de ingresar al mercado y contribuir al incremento del capital. Una historia familiar, ya explicada por Ingeborg Reichlein en Re-making Eden, donde escribe: “los hallazgos de las investigaciones están disponibles de manera más inmediata en los mercados de valores que en las publicaciones académicas relevantes” (p.247).
Yo misma como profesora académica encuentro esto completamente problemático, porque se vincula de manera directa con una importante pregunta sobre la apropiación de esos procesos de metamorfosis empoderadores; es la pregunta sobre la creciente brecha social entre la minoría rica que puede adquirir los productos finales de las metamorfosis y la vasta mayoría de las personas que no pueden extender sus vidas mediante su apropiación. El activismo feminista en línea se ha hecho esta pregunta en el pasado y ha estado ocupado con esta pregunta y muchas otras también, mientras paralelamente se involucra con los procesos de obstruir la maquinaria maestra de la dominación patriarcal estructural que se extiende a las redes de los entornos digitales.
No son pocos los obstáculos que deben enfrentar las feministas en las comunidades virtuales, pero sus participaciones continúan. Uno de estos obstáculos está vinculado a la persistente retórica de la descorporizción, que no ha eludido el campo de la cultura digital a pesar de los numerosos textos teóricos, culturales y filosóficos que problematizan la relación entre lo virtual y lo real. Una ciberfeminista que entrevistamos nos dijo: “Como ya oímos muchas veces: ‘es sólo internet, no es REAL’. Pero para mí, este fenómeno es reconocible como algo que confrontamos también en la ‘vida real’. Se llama opresión sistemática. Las feministas estamos tratando de evitarla” (3).
También, las ciberfeministas continúan su involucramiento con comunidades virtuales a pesar del hecho de la existencia de un persistente esfuerzo por sostener la jerarquía en el mundo virtual y mantener el control sobre la naturaleza “desorganizada”; perseverancia para mantener la economía de lo Mismo junto con los proyectos de capitalismo, militarismo, colonialismo y supremacía patriarcal. Las feministas fueron conscientes de que mientras la revolución de la tecnología de la información revolucionaba casi cada aspecto de la sociedad, las niñas y las mujeres quedaban largamente fuera del circuito (4).
Hace unos años, Looui y Flanagan sostenían que el cibefeminismo no había alcanzado su potencial liberador debido a todas las problemáticas culturales y sociales que rodeaban el campo de la tecnología de la información (2007:181). Y hace apenas unos días, el 14 de agosto de 2014, Dave Smith confirmó el ya familiar relato al reconocer en Business Insider que las mujeres tienen solo entre 10 y 20% de los trabajos técnicos en las empresas de tecnología. Al parecer, en los últimos 11 años no se han visto demasiadas alteraciones de género cuando llega el momento de diseñar y crear nueva tecnología. La actividad profesional de la tecnología de la información parece seguir siendo una actividad del club de varones.
De todos modos, sabemos que los cambios son procesuales y que el ciberfeminismo hoy es más sobre cartografía, sobre un mapeo digital donde los mapas siempre pueden trazarse en forma diferente. Y nuestra tarea no es reaccionar ante la brutalidad de las relaciones de poder y sus reforzados sistemas inmunológicos, sino en convertirnos en agentes activas de la producción de cambios con el fin de aportar intrusiones capaces de desmantelar este organismo y sus ataduras conceptuales, las que mantienen a la “brutalidad” en su lugar como un marcapasos que regula sus latidos. Después de todo, nos encanta estar conectadas.
Referencias:
- Deleuze, Gilles. Dos regímenes de locos. Pre-Textos, 2008.
- Haraway, J. Donna. Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature. New York: Routledge, 1991.
- Looui, Suyin, and Mary Flanagan. 2007. “Rethinking the F word: A review of activist art on the Internet.” NWSA Journal 19.1, pp. 181-200.
- Margolis and Fisher. Unlocking the Clubhouse: Women in Computing, Massachusetts Institute of Technology, 2003.
- Pfohl, Stephen. “The Cybernetic Delirium of Norbert Wiener.”Ctheory.net. No. a044 30 January 1997. Ed. Arthur and Marilouise Kroker. 10 January 2006. http://www.ctheory.net/articles.aspx?id=86
(1) Luce Irigaray. Ese sexo que no es uno. Ediciones Akal, 2009.
(2) Jadranka Ćuzulan, Bosnia y Herzegovina.
(3) Ciberfeminista de Serbia.
(4) Margolis y Fisher. Unlocking the Clubhouse: Women in Computing, Massachusetts Institute of Technology, 2003.
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