‘¿Qué viene a ser un sujeto moderno en un mundo sin espejos, un mundo en el que la mirada es fuertemente controlada y donde siempre se es el objeto de esa mirada?’ – Jenna Brager
Cuando nos disponemos a pensar en vigilancia digital, no escasean los ejemplos. Desde la revelación en 2013 de la vigilancia de los correos electrónicos por parte de la NSA, que condujo a la creación del conocidísimo blog en Tumblr Obama está revisando tu email , pasando por el hecho de que casi donde quiera que se vaya hay una cámara de circuito cerrado de televisión (CCTV, por su sigla en inglés) que está siguiendo nuestros movimientos (y nunca sabemos bien quién es el dueño de la grabación en video, ni qué puede llegar a hacer con ella), la vigilancia no cesa de aumentar. Ser mirado continuamente por ojos desconocidos es el modus operandi casi naturalizado de un mundo cada vez más digitalizado.
Como corresponde, la vigilancia se ha vuelto un tema candente en diversos foros, desde conferencias de técnicos a reuniones gubernamentales del más alto nivel. Pero hay algo que suele pasarse por alto en esas conversaciones: desde el punto de vista histórico, social y político, la vigilancia ha sido siempre una cuestión determinada por el sexo o género. Esto no es un fenómeno exclusivo de las tecnologías actuales, ya que vivir bajo vigilancia constante es algo que está intrincado en la experiencia de ser mujer -y ya lo estaba mucho antes de que existieran las cámaras de CCTV. Y mucho de lo que actualmente vivenciamos como resultado de la vigilancia digital sigue estando fundado en desigualdades de género.
Desde el tipo que está frente a ti en el subte, y que obviamente está tomándote una fotografía y no buscando la señal del celular (ah, es que estamos bajo tierra), al circuito cerrado que instalaron en tu edificio y que te muestra entrando a casa tarde en la noche, tambaleando por la borrachera, la camára de vigilancia – oculta o no – está en todas partes. Y la mayoría de las veces, quienes establecen el punto de vista de esa cámara son varones.
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En diciembre de 2012, un pequeño distrito en India llamado Puri diseñó un proyecto dirigido a la seguridad de las mujeres en su playa principal, consistente en la instalación de dos cámaras de CCTV para que las fuerzas policiales pudieran estar atentas a posibles acosos. La iniciativa costó 9 rupias lakh (aproximadamente USD14.700), pero el gobierno local consideró que valía la pena. Sin embargo, no había pasado una semana y las cámaras debieron ser retiradas debido a las protestas de mujeres de la zona, que sencillamente se negaban a ir a la playa mientras las cámaras estuvieran allí. ¿Por qué? Porque para sentirse cómodas mientras se daban un baño de mar, con sus cuerpos parcialmente en exhibición, lo último que necesitaban era una cámara que las estuviera filmando.
Quienes defienden la vigilancia masiva por lo general plantean la siguiente pregunta: “Si no tenés nada que ocultar, ¿por qué vas a preocuparte?” Dejando de lado los peligros que acarrea la recolección masiva de datos personales, la evaluación de personas según sus rasgos raciales y el hecho de tratar a todas las personas como si fueran delincuentes-hasta-que-demuestren-su-inocencia, dicha pregunta implica muchas cosas para las mujeres. El énfasis constante y riguroso que se aplica sobre los cuerpos femeninos en las diversas sociedades del mundo habla de dos cosas. En primer lugar, nos dice que nuestros cuerpos son algo que deberíamos ocultar y, de forma paradójica, lo otro que nos dice es que nuestros cuerpos están continuamente en exhibición. La presencia de cámaras de vigilancia en espacios públicos y privados – ocultas o no – sintetiza perfectamente esta dicotomía. No tienes nada que ocultar, salvo tu propio cuerpo, algo que es obviamente imposible, ya que independientemente de cuánta ropa te pongas, tu cuerpo sigue estando allí. En los ámbitos que tienden a ser de dominio masculino, tu delito es la presencia de tu cuerpo, y la presencia de la cámara se justifica en tanto capta ‘lo que deberías ocultar’.
De los avisos publicitarios al arte, pasando por el simple hecho de caminar por la calle o nadar en el mar, para ninguna mujer es una novedad que su cuerpo está siendo constantemente contemplado. Y en el caso de las mujeres que están en contacto con las tecnologías digitales (porque acceden a ellas o porque son observadas por quienes tienen acceso a ellas), la vigilancia digital es una continuación de esa mirada constante, y se da de maneras que pocas veces son tenidas en cuenta cuando se tratan los ‘grandes’ problemas de la intimidad y la privacidad en la era digital.
Desde las cámaras ocultas instaladas en los vestuarios de mujeres, a la violencia del ‘levante de falda’ – la práctica de tomar fotos con teléfonos celulares colocándolos por debajo de las faldas de mujeres en espacios públicos, una violación a la intimidad que crece firmemente en países como Corea del Sur y Japón – la cámara oculta se encuentra en casi todas partes. Y teniendo en cuenta los sitios porno de aficionados que la mayor parte de las veces divulgan videos grabados sin el consentimiento de sus protagonistas, no puede culparse a las mujeres de Puri de estar más preocupadas por ser grabadas en traje de baño que por la capacidad de las cámaras para capturar a los acosadores callejeros. Y todavía no hemos hablado de los amantes celosos (¿oíste hablar de Mate Watch – o guardián de la pareja? Es equivalente a Net Nanny – niñera en la red, un software que rastrea la navegación de una persona, y que permite saber qué está haciendo tu pareja cuando está conectada). Los ex-amantes despechados, potencialmente violentos (va un saludo al rastreador GPS de mi teléfono), o aquel asqueroso jefe de tu antiguo empleo (¿de veras esa foto es para el ‘archivo del personal’?). De hecho, si googleas ‘vigilancia digital’, los principales resultados no son acerca de cómo se ejerce esta vigilancia, sino que son publicidades de sitios web que ofrecen ‘soluciones para la vigilancia digital’. En otras palabras, sitios que ayudan al ‘hombre común y corriente’ a volverse un experto en vigilancia.
¿Conocés esa frase tan usada en las novelas de detectives, esa que dice “tuve la extraña sensación de que alguien me estaba mirando”? Estoy completamente segura de que el primero en escribirla fue un varón. Porque para las mujeres, esa sensación es mucho más cotidiana que extraña.
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A comienzo de este año, la marca de productos de belleza Ponds de India lanzó una campaña llamada ¿Estás preparada para una selfie? como forma de promocionar la crema Ponds Belleza Blanca BB (no vamos a entrar aquí en el horror de ‘belleza blanca’). Desde la consigna publicitaria que dice ‘Una selfie por día aleja la inseguridad’, y la consigna creada por una usuaria ‘Cartelera de selfies célebres’, Ponds les dice a las mujeres y niñas lo que Tyra Banks ha estado diciendo desde hace más de una década : cualquier calle es una pasarela. Pero esta vez eres tu propia fotógrafa, lo que no significa que estés menos atenta. Cuídense, muchachas, porque el mundo las está mirando.
Y en eso estamos. Un estudio que analizó más de 140 mil fotos en Instagram tomadas en 5 países durante una semana, concluyó que las mujeres se sacan muchas más selfies que los varones. Por ejemplo, en Moscú, la probabilidad de que una mujer se tome una selfie es cuatro veces mayor a que lo haga un varón; allí el 82% de las selfies son de mujeres. En São Paulo es el 65,4%, mientras que en Nueva York es el 61,6%. Las cantidades varían, pero aún así siempre se destaca la cantidad de selfies de mujeres. Y si se tienen en cuenta el tipo de mensajes que nos son dirigidos, este hecho no resulta nada sorprendente.
Ya en 1972, el sociólogo y crítico de arte John Berger publicó Modos de ver, donde investigó la idea de que la vigilancia es algo que ya y desde siempre está determinado por el sexo. Escribe Berger:
Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se miran a sí mismas siendo miradas… Una mujer va casi siempre acompañada por su propia imagen de sí misma. Cuando cruza una habitación o cuando llora la muerte de su padre, a duras penas puede evitar imaginarse a sí misma caminando o llorando.
Actualmente, con la llegada de internet y en particular de las redes sociales, el ‘imaginarnos’ a nosotras mismas se ha trasladado desde nuestra conciencia a nuestro perfil en la red. Los medios de interacción social nos exigen a todas las personas por igual, independientemente del sexo que tengamos, y nos imponen que elaboremos la imagen que queremos que el mundo vea de nosotras/os. Pero aún cuando casi todo el mundo se esfuerza por ser más inteligente, más sexy y más divertido que sus 735 amigos Facebook, este impulso de mostrarse como resplandeciente de felicidad se manifiesta de diferentes maneras según el sexo o género.
La sociedad asigna un alto valor al cuerpo femenino, y la forma en que una mujer se presenta en público siempre está siendo inspeccionada. En internet – un foro público como cualquier otro – la forma en la que nos miramos y nos presentamos es tan exigente como en la calle.
Y si seguimos la lógica de Berger según la cual las mujeres se ven a sí mismas a través de los ojos de los varones (un concepto que ha sido utilizado por varias corrientes de la teoría feminista, más que nada mediante la conocida noción de la ‘mirada masculina’), hay que concluir que, cuando las mujeres se toman una selfie, están posando para un espectador masculino imaginario. Esto no significa que sólo los varones miran fotos de mujeres, sino que la idea que subyace a esta teoría es que el espectador imaginario de cualquier representación de una mujer siempre es un varón.
Claro que esto no convence a todo el mundo, ya que una selfie borra la brecha existente entre quien fotografía y la persona fotografiada. En ese caso ocupan la misma posición. En lugar de posar para una lente masculina y disponer el cuerpo para una mirada masculina, hay quienes sostienen que la selfie permite que una se presente de la manera en que una quiera ser vista. Desde las madres que se muestran amamantando y combaten la idea de que se considere una actividad ‘obscena’, a las mujeres turcas que publicaron fotos de sí mismas sonrientes después de que el Primer Ministro Anric dijera que las mujeres honestas no sonríen en público, las diferentes formas en que las mujeres elaboran las imágenes de sí mismas cuando están en línea pueden no ser tan simples como lo quieren los dictados de la mirada masculina.
Pero ya sea que tomarse una selfie sea emancipador, o que sea simplemente otra muestra de la cosificación de la mujer (o, lo que es más probable, que ambas opciones se alternen según la ocasión), la auto-vigilancia establece un marco determinante a través del cual las personas, en particular las mujeres, viven la era digital.
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En la vidriera de una tienda de Market Street, en Filadelfia, puede verse una cámara de vigilancia, una televisión que mira hacia la calle y un letrero que dice ‘Autorretratos gratuitos’. Los transeúntes que allí se detengan a averiguar de qué se trata, se verán a sí mismos en una grabación que se muestra en la pantalla de la tele.
En este proyecto de arte público, las artistas Sarah Zimmer y Kim Brickley crean imágenes compuestas de varias capas de las grabaciones, y luego las publican en el sitio web del proyecto. Las personas pueden solicitar posteriormente que se retiren sus imágenes – una prerrogativa que pocas veces se encuentra en la vida real. Pero en la medida en que el proyecto continúa, algunas líneas se desdibujan. ¿Se trata de una selfie gratuita porque así lo indica el cartel que leíste? ¿O es vigilancia no solicitada, ya que pese a haber leído el cartel, nunca diste tu consentimiento para la grabación?
El ascenso de las selfies y la constante exigencia de auto-vigilarse coincide con el ascenso de la vigilancia pública masiva. Al mismo tiempo que cada vez se recolectan más datos sobre nosotras/os, estamos entregando gratuitamente toneladas de esos datos. Y, como lo demuestra el proyecto artístico de Filadelfia, es cada vez más difícil trazar las líneas que separan entre sí a quien fotografía, la persona fotografiada y el espectador de una imagen. La cámara está en todas partes, pero también está en todas partes el impulso de captar, registrar y archivar. Y en el caso de las mujeres, esto se parece al archivo de nuestros cuerpos, casi siempre como nos ven los otros/as y, en ocasiones, como nos vemos a nosotras mismas.
Entonces, mientras que los temas relativos a la ciber-seguridad, la privacidad y la vigilancia son el centro de acalorados debates en diversos foros en todo el mundo, para la mayoría de las mujeres el Hermano Mayor es un vecino bastante más cercano que la NSA. De hecho, son todos los Hermanos Menores quienes nos tienen más preocupadas. El vecino que se parece a Ricky, el personaje de Belleza Americana que filma bolsas de plástico, que te toma fotografías a escondidas mientras recoges la correspondencia. Aquella foto mía que publiqué hace 7 años en MySpace, que ahora está circulando en Reddit, en algunas publicaciones misóginas. Las cámaras de vigilancia instaladas en las escuelas de Estados Unidos, donde no sabemos bien quién se ocupa de revisar el contenido grabado en los vestuarios de niñas. La cámara-niñera instalada para proteger a tu sobrina de 6 años, cuya grabación va a parar a algún sitio de pornografía infantil.
Claro que no todas las cámara de video están allí para filmarnos, y es claro que no toda selfie es un producto de la industria de la belleza. Pero si la forma en que se vivencia la vigilancia suele estar determinada por el sexo o género, en tanto es un hecho que los cuerpos de las mujeres siempre están siendo mirados, ya es hora de que las discusiones, las políticas y las legislaciones sobre el tema empiecen a tener en cuenta nuestras voces.
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