Durante las semanas previas a la Comisión sobre la Condición de la Mujer (CSW por sus siglas en inglés, 4 al 15 de marzo) vi, leí y oí violencia contra las mujeres, y lloré por la brutal violación en grupo y asesinato de Anene Booysens. Mientras recordaba una violación en grupo y asesinato similares de otra joven, hace 14 años: Valencia Farmer y cada día leía acerca de más violaciones y atentados sexuales en todo el país, pensé que se me quebraría el corazón y se derramarían todo el miedo, la impotencia, el horror y la tristeza. No se me quebró el corazón, pero las cálidas lágrimas que cada noche corrieron por mis mejillas me trajeron cierto alivio.
Pueden imaginar entonces mi estado de ánimo cuando, sentada en el Panel de alto nivel sobre la eliminación de la violencia contra las mujeres el primer día de la CSW, escuchaba a un estado tras otro hablar acerca de la situación de la violencia contra las mujeres y lo que habían establecido a nivel nacional para acabar con ella. Desde el ministro de Camerún, que habló de las ‘reinas para la paz’ – esposas de líderes tradicionales que influyen sobre sus maridos en sus comunidades -, hasta quien representaba a Grecia, que contó cómo la recesión y las medidas de austeridad amenazan los avances obtenidos por las mujeres, pasando por quien representaba a Panamá, que dijo que la lucha por la igualdad está escrita con la sangre de las mujeres y llamó a pasar de las palabras a la acción… todo empezó a sonar idéntico y la mayoría de los estados hablaba de trabajar con los varones y los niños como la ‘clave’ para terminar con la violencia contra las mujeres.
Hizo falta la intervención de la delegación de Ecuador, que versó sobre el poder desigual que enraiza en la cultura machista que alimenta la violencia contra las mujeres y niñas – y ese fue prácticamente el único gobierno (en el panel en que yo estaba) que mencionó los derechos a la salud sexual y reproductiva y a la identidad de género – para levantarme el ánimo que traía, oscuro y bastante pesimista.
Justo cuando me preguntaba si las delegaciones irían a hablar de las TIC y la violencia contra las mujeres (VAW, por sus siglas en inglés), la otra colega que estaba en la CSW me dijo por Skype que el ministro de Ghana acababa de plantear su preocupación sobre el hecho de que cada vez más niños/as están siendo expuestos/as a la pornografía a través de las TIC, y que el sexting y el acoso sexual eran un gran problema para las mujeres y las niñas. Dada nuestra propia militancia y nuestro objetivo en la CSW, esto fue muy significativo, al igual que las palabras de cierre de Ivy Josiah, una representante de la sociedad civil en el panel en el que yo participé. Josiah señaló brechas en las declaraciones de los gobiernos y el panel de expertos. Una de ellas fue ‘el problema emergente de la tecnología que, si bien es sabido que se emplea para combatir la violencia contra las mujeres, también es utilizada para cometer actos de violencia contra las mujeres’.
Habiendo participado en la CSW de 2011, ahora era mucho ‘más fácil’ hablar de violencia contra las mujeres y TIC como un asunto crítico. Antes teníamos que explicar y fundamentar mucho más la importancia de este tema, pero esta vez no sólo se presentaron muchas más activistas por los derechos de las mujeres que apoyaron la cuestión, sino que también apareció en la agenda de algún gobierno. Por ejemplo, hubo un evento paralelo del gobierno de Australia con el título ‘Uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales para enfrentar la violencia contra las mujeres y niñas’ y un evento del gobierno de Turquía junto a la Vodafone Turkey Foundation y la Women Entrepreneurs Association of Turkey con el título ‘Mejores prácticas en Turquía: el movimiento de las mujeres en la tecnología’.
Un evento paralelo del gobierno de Sudáfrica titulado ‘Violencia basada en el género: un llamado a las intervenciones multisectoriales y a la acción’ también recogió formas de violencia contra las mujeres relacionadas con la tecnología, mientras que el ministro de Ghana solicitó al gobierno de Sudáfrica que los asesorara acerca de cómo responder a ‘los materiales pornográficos y la violencia electrónica de género’, ya que la policía de Ghana ‘no cuenta con un departamento específico para hacerles frente’.
No debe subestimarse el influyente papel de Sudáfrica en la geopolítica africana. Precisamente esa influencia fue la que hizo sonar las campanas de alarma cuando oí la respuesta del representante de la Cámara de Películas y Publicaciones de Sudáfrica durante el evento. Me preocupó la aglomeración de toda la ‘violencia electrónica de género’ con la pornografía infantil, a la que se responde (correctamente) criminalizándola y enjuiciándola. Esto no sólo invisibiliza el daño sufrido por las mujeres que sobreviven a las formas de violencia relacionadas con la tecnología. También puede significar que esas violaciones no son prioritarias en las estrategias de prevención y respuesta – como, por ejemplo, la capacitación de la policía y los funcionarios judiciales – y las mujeres que padecen esas violaciones no obtienen reparación ninguna. En segundo lugar, como muestra la investigación de APC EROTICS, es real el peligro de que la angustia que genera la pornografía infantil y el daño a niños/as conduzca a la censura y la regulación en nombre de la ‘protección’, lo que crearía más problemas para las mujeres en vez de resolverlos. Ya hemos visto que esto puede ocurrir en la práctica en Sudáfrica.
Estas tensiones quedaron reflejadas con claridad en el informe de la Reunión de expertos de la CSW (EGM, por sus siglas en inglés), donde se afirma (párrafo 30):
‘La violencia en el espacio virtual, junto al tema más amplio de la cosificación de las mujeres y las niñas efectuada por los medios de comunicación de masas, tiene repecusiones particulares en el caso de las jóvenes y las niñas, ya que es más probable que éstas participen en sitios para la sociabilidad, mensajería instantánea, etc. Pese a que existe una gama de infracciones puede ser difícil entablar juicios, en particular porque internet no se restringe a los espacios nacionales. Hay verdaderos desafíos en torno a equilibrar el derecho a la libertad de expresión con el derecho a ser protegido de la discriminación’.
Reconocer la necesidad de equilibrar derechos que compiten entre sí es crítico para nuestro propio trabajo de defensoría y nuestros esfuerzos para terminar con la violencia contra las mujeres. El informe del EGM, al igual que los llamados concretos a los estados para que emprendan acciones realizados por el Grupo de trabajo sobre discriminación contra la mujer en la legislación y en la vida pública de la CSW, son importantes en tanto indican una mayor conciencia de la relación entre violencia contra las mujeres y las TIC y un conjunto de derechos.
Es por esto que, ante un sistema de la ONU debilitado, los procesos como la Comisión sobre la Condición de la Mujer son importantes, si bien a algunos les puede parecer un ejercicio inútil en tanto el objetivo final es lograr apenas unas pocas palabras – con suerte, un párrafo – en las conclusiones finales. Pero esas pocas palabras son de gran importancia en términos de obtener reconocimiento, lograr acciones y comprometer algún nivel de responsabilidad estatal para la prevención y la respuesta a la violencia contra las mujeres. Para que Anene, Valencia y los millones de otras mujeres que no sobrevivieron – y las que sí lo hicieron – puedan obtener justicia.
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