Algunos de estos espacios parecen un déjà vu en materia de las discusiones de género. Déjà vu porque muchas veces ni se tratan y porque otras sólo se mencionan de manera declarativa y superficial. De un tiempo a esta parte, existe un reconocimiento, en el plano de lo formal y a veces muy suavemente, de cómo el impacto de las tecnologías no es el mismo para hombres y mujeres, de cómo esto hace diferencias en el acceso y el uso que se hacen de las TIC, promoviendo estas situaciones una persistente y amplia brecha tecnológica de género. A partir de estas situaciones se plantea la problemática de cómo las TIC no implican una mejora per se de las desigualdades pre-existentes en nuestra sociedad sino que, por el contrario, en general las terminan afianzando y agravando, ya que su desarrollo e impulso parece no haber percibido las mismas actuando bajo un terreno que consideran como “neutral”.
Es importante destacar que estas situaciones de desigualdad generadas a través del desarrollo de las tecnologías se repite en la amplia mayoría de los países – no sólo aquellos con una baja penetración de la tecnología – sino también en los más desarrollados tecnológicamente, lo que ha permitido tener una mayor amplificación y visualización de la problemática. Claro, solo vista por algunos actores y sectores.
A pesar de que existe poca información cuantitativa y cualitativa al respecto, esta ha permitido problematizar la situación que viven las mujeres frente al desarrollo y expansión de las TIC. Sin embargo, pareciera que esto no logra “calar” en la agenda de las políticas públicas. Esto deja entrever el fuerte paradigma que permea estas instancias – tecnológicos y productivistas – que dejan por fuera muchas otras dimensiones en su avance y desarrollo.
Frente a estas situaciones nos queda preguntarnos cuál debería ser el salto de los diferentes actores y espacios como estos para realmente promover la incorporación de la perspectiva de género en el ámbito de las TIC. El tema ha quedado en lo declarativo, en una anécdota de la situación actual que viven las mujeres, faltando acciones reales y concretas que busquen revertir estas situaciones de desigualdad que cada vez más se profundizan en la sociedad.
¿Qué esperan conseguir las mujeres en este FGI?
Desde el movimiento feminista, la incorporación de las TIC en su agenda – como espacio en donde también se disputan los derechos de las mujeres – tiene más de 20 años de problematización1. Trabajar en este campo ha implicado impulsar, principalmente, acciones y actividades concretas buscando contribuir al empoderamiento de las mujeres a través del uso de las tecnologías en los múltiples ámbitos en donde las mismas se han desarrollado. A través de estas experiencias se construyen las estrategias y los discursos para incidir en el ámbito de las políticas públicas, explicitando los vacíos recurrentes en su diseño y ejecución desde una perspectiva de género. Así, las mujeres no son consideradas meras usuarias de las TIC, sino que estas tecnologías adquieren una importancia estratégica para la articulación, el intercambio de información, la promoción de acciones positivas, el cabildeo en torno a las políticas públicas y el trabajo a favor del avance de los derechos de las mujeres. De esta manera, se busca minar el paradigma imperante impulsado por la sociedad de la información y el conocimiento incorporando nuevas dimensiones y enfoques, entre ellos el feminista, que promuevan una revisión crítica sobre las formas en que se expanden y sus impactos.
El desafío en estos espacios por parte de las mujeres es intentar romper con el discurso formal, y vacío, que se multiplica sobre la menor presencia de las mujeres en el ámbito de las tecnologías y llenar el mismo a través de las acciones, estrategias y metodologías construidas que permiten visualizar el impacto diferencial y las desigualdades que se producen en materia de género.
Incorporar en estos procesos el diálogo multiactoral, sumando categorías y dimensiones que se encuentran interrelacionadas resulta fundamental para construir una agenda inclusiva y que responda a las demandas de las mujeres y del conjunto de la población. A su vez, esto permite construir nuevas formas de hacer política, que incorporen las visiones del conjunto de los actores involucrados en el intercambio.
[1] La Conferencia de la Mujer, en Beijing en 1995, incluyó en sus conclusiones finales un punto particular, el J, que refiere a la importancia de la comunicación para el empoderamiento de las mujeres y el uso estratégico de las tecnologías.
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