Con la expansión del COVID 19 aprendimos que no solo el virus se propaga rápido, también lo hace la desinformación. En tiempos en los que incluso lo que dicen las autoridades sanitarias está en evolución constante, no parece exagerado afirmar que el derecho a la información también es cosa de vida o muerte.
Lo de la información representa un problema en sí mismo, con todo y sus complejas ramificaciones. Hay jefes de Estado, como el de Brasil, que sostienen que los medios crean histeria y que la pandemia no es sino una exageración. Hay gobiernos que prohíben a medios publicar sobre el virus e incluso hablar de él en público. La censura ha venido de la mano con las cuarentenas, como en Venezuela, donde los periodistas reciben represalias por informar y por interrogar a las autoridades.
Mientras tanto, una verdadera armada de emisores de información falsa y engañosa se mantiene activa y prolífica. El resultado viene en forma de cadenas de WhatsApp, montajes de audio, sitios engañosos, mensajes con nombres y apellidos de profesionales de salud que existen, pero que no han dicho lo que se circula y textos con fuentes que al final llevan a sitios Web que no tienen nada que ver con el tema.
No parece exagerado afirmar que el derecho a la información también es cosa de vida o muerte.
En una situación como esta, en la que la información confiable es escasa y cambiante, la sed de información empuja aún más la circulación de datos que no ayudan. Además, el asunto se agrava cuando sacamos la cuenta de que buena parte de esa información circula también por las fuentes de quienes están en primera fila en la lucha contra el virus: las mujeres.
No hablemos en este particular de las mujeres en la primera línea de fuego dentro del sector sanitario. Aunque vale la pena mencionar, así sea al paso, que en esos espacios particulares las mujeres son mayoría; y no solamente en número de profesionales, sino también de profesionales contagiadas.
Hablemos pues de las mujeres que están al frente en cuidado de los enfermos. No solamente de aquellos contagiados de Covid 19, sino de buena parte de los aquejados de todo tipo y de las personas de edad que son dependientes, la población más amenazada por este nuevo coronavirus. Esto viene, sorpresa, de estructuras históricas en las que se ve a las mujeres como proveedoras naturales del cuidado de base de los hogares, y por las que son ellas las que terminan compensando la falta de servicios esenciales que no logran dar los Estados o a los que no se tiene acceso por su mercantilización.
Todas cuidadoras
Ninguna de nosotras tiene que buscar muy lejos para conseguir a una mujer cuidadora en su familia o en sus redes de afecto cercanas. La mía es mi madre, encargada a tiempo completo de su hermano, que desde hace unos años está sumamente debilitado por largas y potentes enfermedades. Así, mi mamá es la encargada principal de mi tío, de su alimentación y cuidado, y también de diálisis que necesitan tener lugar tres veces a la semana en medio del inmenso caos que es Caracas, y del colosal caos que es Caracas en cuarentena.
Con pandemias como esta la vulnerabilidad se hace exponencialmente más pesada, pero con eso no se sorprende nadie. El problema menos evidente es que el acceso a la salud para las mujeres se hace cada vez más lejano y los enfermos no solamente dependen de ellas, sino de la información sobre el virus, de su prevención y tratamiento, de la que estas mujeres que los cuidan puedan echar mano. Ahora, con un escenario informativo como el que exploramos más arriba, no podemos sino hacernos preguntas sobre el acceso a la información que puedan tener mujeres de diversas edades y estratos, en especial aquellas que puedan hacer uso de la información que llega por sus redes.
Al hospital al que va mi heroica madre hay otras mujeres cuidadoras con sus respectivos familiares. Conversando un poco con ellas vía WhatsApp y sirviéndome de mi mamá como puente veo, así sea de modo anecdótico, un poco los mismos datos que he visto en materia de desinformación. Hay grupos de edades que consumen y circulan información dudosa desde sus teléfonos, hay otros que tienen apuntadas fuentes de confianza que siguen y que leen en contraste con la información que les dan directamente en el hospital. Sin embargo, todo lo que yo misma veo en mis grupos de personas cercanas de WhatsApp se repite en lo que cuentan: las redes llevan y traen mensajes alarmistas, información ansiógena y consejos para combatir el virus que se han desmentido, pero que siguen en el aire.
Así, a la inestabilidad laboral y la pobreza de tiempo que sufren las mujeres y que vienen del cuidado de los más dependientes, valdría la pena pensar también en cómo a esto se le suma ahora una, llamémosla así, “pobreza de información” a la que están expuestas y que pueden afectar también, de modo potencial, a las personas a las que cuidan. De hecho, un estudio publicado ya en 2017 resalta que el acceso a la información sanitaria veraz y de calidad incide positivamente sobre la salud, y también que cuando la gente busca información sobre enfermedades mortales, el sitio con más visibilidad es Wikipedia.
A la inestabilidad laboral y la pobreza de tiempo que sufren las mujeres, valdría la pena pensar en cómo a esto se le suma ahora una “pobreza de información”.
¿Qué hay de las mujeres que no tienen contacto con hospitales ni personal sanitario? ¿Con las mujeres que no están en la ciudad? ¿Con las mujeres cuyo único contacto informativo son sus redes? ¿Les llega la información oficial a estas mujeres? ¿Es fácil para ellas llegar y consumir esta información?
Autoeducación y alfabetización colectiva por redes
Estos días extraordinarios nos obligan a ponernos al día en asuntos en los que íbamos ya atrasados antes de que explotara el virus. Así, pensar en alfabetizaciones digitales y del uso de la información, que ya nos hacía falta antes de internet y que nos hacía aún más falta antes de esta pandemia ya es un hecho incuestionable. También nos damos cuenta de que estamos todos conectados a modo global, para bien y para mal, tal como lo soñaron unos y lo temieron otros. Con eso, tenemos cosas que nos juegan en contra, pero aún algunas que nos juegan a favor.
Entre las cosas que tenemos a favor están los nuevos modos de aprendizaje que tienen lugar en redes, y que aunque son difíciles de medir, están bastante presentes. Muchas de las cosas que aprendemos en las redes entran en la clasificación de aprendizajes informales, muchos de ellos no intencionales, o incluso invisibles. De este modo, para navegar este inmenso magma de la información, dependemos de distintos nodos en nuestras redes, aquellos a los que tenemos confianza y a los que podemos ver como nuestros nodos emisores. Del mismo modo, otros usuarios que nos tienen confianza, que serían nuestros nodos receptores, toman la información que nosotras emitimos como válida y la hacen circular a su vez (convirtiéndose a su vez en nodos emisores en sus propias redes).
Al final, en este proceso de flujo de información en los que somos a la vez nodos emisores y receptores, lo que recibimos y circulamos tiene que manejarse con sumo cuidado y además incluir información clara, incluso pedagógica. Esta es la piedra angular de este proceso de alfabetización digital que no se ve, pero que es significativo. En estos movimientos, imperfectos y desordenados, parecen estarse creando procesos de alfabetización digital que siguen el movimiento de las redes, que funcionan de modo colectivo, y a través de los cuales podríamos ayudar a que la información que llegue a esas cuidadoras sea útil y válida.
En estos movimientos, imperfectos y desordenados, parecen estarse creando procesos de alfabetización digital que siguen el movimiento de las redes, que funcionan de modo colectivo.
Vistas las cosas desde este enfoque, tenemos enfrente un trabajo titánico hecho por hormigas, pero que puede dar frutos importantes a mediado y largo plazo. Además, muchos de quienes ya han entendido que “limpiar” la información que circula en línea es una tarea ardua tienen bastantes aliados. Algunos de ellos periodistas y fact checkers, otros más, divulgadores y activistas. El punto es que, tal como están configuradas las redes, cada punto de la constelación es también una oportunidad de crear puentes de información y cada usuario puede pulir su credibilidad con información confiable al mismo tiempo que vela porque la información que llega a sus redes sea sólida también.
En numerosas conversaciones que he tenido con personas interesadas y de muchos orígenes durante encuentros y formaciones, he constatado que los grupos en WhatsApp y las redes en espacios como Twitter o Facebook son una prueba de la paciencia que piden las redes familiares. Es justo ahí que podríamos ampliar el impacto de profesionales y activistas bien informados a los que quizás muchos de nuestros queridos no llegan, pero nosotras sí. Si hemos saltado de ser usuarios a prosumidores, ¿por qué no constructores de puentes entre expertos y consumidores (y divulgadores) de información?
Una forma de cuidar a las que cuidan
La tarea es compleja, sin duda. Desmentir información que llega por contactos cercanos no siempre tienen buena reacción, menos aún si recordamos los sesgos cognitivos que se han reforzado con las burbujas de la segunda ola de internet. Sin embargo, hasta el momento, es posible que esta creación de puentes constituya una ayuda en el avance de la alfabetización digital y de la información que tanto hace falta en tiempos de pandemias.
En momentos y en espacios como estos, somos todas formadoras y aprendientes. No solamente porque el punto que presentábamos más arriba, según el cual la información de calidad puede traducirse casi directamente en mejores posibilidades para la salud, sino también porque el COVID-19 trae retos muy complejos en cuanto al derecho a la privacidad y la explotación de datos personales. Ni hablar de la aprobación de leyes de información que se pueden llevar por delante varios derechos fundamentales y que probablemente echen raíces para quedarse después del reto sanitario.
En tan difícil situación, nos queda recordar hasta qué punto hemos demostrado ser creativos frente a las crisis, en especial como colectivo. La prueba está no solamente en videos de TikTok y otros modos de entretenimiento, también lo está en estrategias llevadas en contra de la violencia durante los confinamientos. Desde Argentina, la Srta Bimbo, por ejemplo, ingenió una manera de pasar mensajes importantes a víctimas de violencia que pudieran estar confinadas con sus agresores. Desde Colombia, Las Igualadas aconsejaron y brindaron información útil para mujeres en estas situaciones y también para sus redes de apoyo.
En momentos y en espacios como estos, somos todas formadoras y aprendientes.
Entonces ¿qué herramientas podemos desarrollar en nuestras redes personales para que la información que le llegue a esas mujeres cuidadoras sea la más acertada?
Por el momento, valga recomendar recursos hechos por diseñadores, periodistas, factcheckers y activistas. No serán demasiadas las cuidadoras que den directo con esa información, ni tampoco con estas humildes líneas. Pero valgan los enlaces para que las que sí estén leyendo ahora puedan buscar maneras de hacer llegar estos recursos mientras nos entregamos al apostolado de ser nodos emisores de confianza e ingeniar las maneras más compasivas y efectivas de minimizar la presencia de información falsa o engañosa en nuestras redes hechas de seres queridos. Confío en que este trabajo de regulación y co-regulación en las redes pueda fortalecer a mi propia madre como cuidadora, y que ella a su vez se convierta en fuente confiable de información de las mujeres que comparten su situación en espacios virtuales u hospitalarios.
Esto es, alguien que comparte información que ha chequeado, que viene con enlaces claros, y que no hace circular, ni siquiera “por si acaso”, o porque “uno nunca sabe”.
El proceso, lo sé de primera mano, pude ser frustrante; pero las ganancias serán fuertes a largo plazo y podrían representar una colaboración importante a nivel intergeneracional si tomamos en cuenta que son las personas de las generaciones que nos preceden las más propensas a compartir información de dudosa procedencia.
Además, citando a Srta Bimbo, no estamos solas:
IFEX tiene artículos y recursos que siguen los problemas de acceso a la información relacionados con el COVID 19 y ayudan a entender las aristas que vienen con cambios de legislación de doble filo.
EL medio paraguayo El Surtidor cuenta con infografías y una activa cuenta de Instagram que comparte información verificada sobre el virus. Además, El Surtidor cuenta con un número de WhatsApp con el que puede accederse al podcast que desmiente bulos expandidos no solamente en Paraguay, sino en buena parte de la región.
El canal de YouTube colombiano Magic Markers ofrece explicaciones claras y animadas de cómo funcionan la desinformación y algunos datos de cómo reconocerlas. Por cierto que uno de los autores de estos videos, Santiago Espinoza, lleva también un podcast junto Laura Rojas Aponte en el que dedicaron un episodio a explorar el fenómeno.
Las infografías del medio mexicano Pictoline son también algunas de las favoritas para circular información clara que viene de fuentes confiables, puesta además en formatos atractivos, que se leen rápidamente y que captan la atención. Tienen material sobre el COVID19 y también sobre la desinformación.
El medio venezolano Efecto Cocuyo reúne en parte de sus stories de Instagram la información engañosa que ha sido desmentida. AJ+, de Al Jazeera en español, también abrió un espacio en Facebook: VERIFICA Malditas Fake News, con bastante movimiento al que pueden hacerse consultas.
Twitter, por su parte, es un espacio con bastantes nodos emisores de confianza. Uno de ellos, el PDLI (Plataforma en Defensa de Libertad de Información) compartió un hilo con varios recursos para detectar campañas de manipulación e información falsa. También hay investigadores dedicados a compartir información sólida y contestar preguntas, uno de ellos Félix Moronta, doctor en biología y especialista en bioseguridad.
Finalmente, de los espacios comunitarios de Wikipedia, que han estado especialmente activos estos días de urgencia, viene un esfuerzo colaborativo y multilingüe por recolectar hechos de desinformación que han circulado y sus respectivos desmentidos. Bastante útil para llevar un registro digital y observar los patrones comunes de los bulos; y también para hacerle contrapeso a las cadenas que siguen circulando.
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