Grupo de mujeres en un aula de informática.

Foto por Aliadas en Cadena.

Le llegué a Aliadas en Cadena hace ya más de una década, cuando me formaba inocente y esperanzada como investigadora en educación. Mi foco central eran las tecnologías, que en ese momento llamábamos aun “nuevas”, y que tenían aún el gran aura de promesa que se les daba en la primera década de los 2000. Mi objetivo era observar cuál era el rol de las herramientas digitales en mujeres que estuvieran en condiciones precarias y tentar a replicar el modelo con ayuda del ministerio en el que trabajaba.

Tenía dos terrenos para observar. Aliadas desde Venezuela y otro más lejos, pero coherente, en Bangladesh, con un programa llamado Nari Jibon (la vida de las mujeres). Seguí por cierto tiempo a Nari Jibon. Hablé varias veces con la fundadora, con las participantes; estudié el contexto y la misión del proyecto, que era el de armar centros de internet solamente para mujeres. El punto principal era evitar los acosos y los abusos que reinaban en la mayoría de los centros de internet de Dhaka, y crear un espacio seguro en el que las mujeres aprendieran a reparar computadoras, y también a expresarse en internet.

Mi foco central eran las tecnologías, que en ese momento llamábamos aun “nuevas”, y que tenían aún el gran aura de promesa que se les daba en la primera década de los 2000. 

El punto de diferencia principal entre Aliadas y Nari Jibon eran los blogs y el uso de la Web 2.0, que en ese momento era parte de mi propia fijación con las tecnologías y su potencial para aprender. Nari Jibon tenía una colección de historias profundamente conmovedoras de mujeres que participaron en el programa y a las que se podía acceder en línea, especialmente cuando publicaban en inglés o con fotografías. Sin embargo, al momento de tomar la dura decisión de delimitar el terreno me quedé con Aliadas. La cercanía cultural y de lengua hacía todo mucho más sencillo.

Al momento en el que lo estudié a profundidad, Aliadas funcionaba principalmente con fondos venidos del sector privado y estaba consagrado a mujeres en condiciones sumamente precarias. La mayoría de las participantes venían de áreas urbanas caracterizadas por la pobreza, la mayoría madres desde muy jóvenes, con hogares difíciles que hacían todo mucho más cuesta arriba.

 

“Sin miedo a los ratones”

La formación tenía entonces un elemento tecnológico en el centro. Las participantes aprendían a usar computadoras, a entender como estaban hechas, a ver su funcionamiento; aprendían a instalar y desinstalar, a ensamblar y a reparar. El slogan del programa leía que estas Aliadas “no le tenían miedo a los ratones” y buscaban romper con el estigma, aún vivo en los años 2000, de que las computadoras, como oficios técnicos, no era “cosa de mujeres”. 

Con eso como antecedente me adentré como pude a la vida de la organización e intercambié con varias participantes y formadoras. En esas entrevistas entendí mucho mejor la idea de “perderle el miedo al ratón”. Aprendí que no haber entendido esto viene de un origen privilegiado y un tanto burgués, porque cuando las computadoras personales llegaron a los hogares en la Venezuela de los 90s, no lo hicieron de modo igualitario. Así, en mi propia historia con la tecnología es clave el acceso a una computadora en casa, y también un papá ingeniero de sistemas, que estudió computación prácticamente desde sus comienzos, y del que heredé el impulso de hacerme parte de todo este mundo a fuerza de experimentar y aprender por instinto.

En esas entrevistas entendí mucho mejor la idea de “perderle el miedo al ratón”. Aprendí que no haber entendido esto viene de un origen privilegiado y un tanto burgués, porque cuando las computadoras personales llegaron a los hogares en la Venezuela de los 90s, no lo hicieron de modo igualitario.

La experiencia de estas mujeres, en cambio, tenía el miedo en el centro. Las formadoras me contaron que por momentos se veían forzadas a prohibirles usar calificativos negativos para hablar de sí mismas. Al principio los autoinsultos llenaban siempre el aire, el miedo a los equipos y la profunda vergüenza por no saberlos usar, y también por venir con una educación formal rota, que muchas veces no lograba pasar del ciclo básico. Las tecnologías aquí ataron los cabos de lo nuevo y de lo viejo: la innovación de las computadoras y las redes con la cultura de la prohibición y la vergüenza que rodea a las mujeres.

Al tirar del hilo se ve más claro cómo la atmósfera de estas mujeres les ponía todo en contra. Algunas contaron en un principio cómo sus parejas masculinas tomaban parte de las riendas del hogar y brindaban apoyo para continuar los estudios. En las entrevistas más profundas, no obstante, salía a relucir el difícil proceso que llevó a ese avance. También emergieron historias de parejas que prohibían venir a clases, que buscaban bloquear de un modo u otro la formación o la búsqueda de empleo con violencia física y económica. Una de las participantes me contó más al respecto:

"Mi situación económica para ese momento era pésima, porque solamente tenía una entrada de dinero que era la de él. Y con los problemas él se aferraba a eso […] si yo me salía de línea él no me daba el dinero para las cosas de los niños ni para las cosas de la casa..." 

Las cosas cambian con una entrada de dinero y un oficio en constante evolución. La historia de esta participante que cito más arriba y a la que llamaremos Oriana, fue la que más trabajé. Esto en parte por ser una historia de triunfo personal (diez años después, sigue con Aliadas, pero trabajando en la asistencia técnica de redes); pero también porque es dolorosamente representativa del contexto de las mujeres venezolanas. 

En esencia, su educación se vio interrumpida y su situación económica se precarizó de modo abrupto y profundo con el abandono de hogar del padre. Su historia es la de muchísimas mujeres en Venezuela. La de mujeres que buscan contar con los hombres de sus entornos, que se quedan de modo demasiado frecuente con las expectativas dolorosamente frustradas por promesas ligadas al amor romántico y que se desvanecen a la primera piedra.

 

Madres antes que nada... ¿Y después qué?

La conformación de las familias populares en Venezuela son un elemento clave para entender el trabajo de Aliadas y algo que vale la pena entender si se quiere empujar la fuerza de trabajo de las mujeres. Las familias venezolanas son predominantemente matricentradas, con padres que abandonan el hogar con frecuencia y mujeres que empiezan su rol de cabezas de familia cuando son aún muy jóvenes.

Este modelo familiar lo describió Alejandro Moreno décadas atrás, a partir de testimonios recogidos en zonas populares de Caracas. Su análisis ha sido criticado por otras investigadoras feministas por poner a las mujeres en el centro y el origen las disfunciones familiares que dan roles desiguales a hombres y mujeres. Vale la pena tener esta crítica en mente; pero nos sirve, no obstante, tener también en cuenta este acercamiento, pues da con la diferencia en la educación familiar que reciben las niñas, una según la cual las mujeres son madres antes que nada, y que resuena con fuerza en las políticas de Estado que han buscado ayudar a las familias a salir de la pobreza.

El trabajo de las mujeres en los estratos vulnerables se identifica principalmente con su función social y biológica, algo que les ha quitado espacio como actrices de la esfera pública. A principios de los 2000, en los que las políticas del chavismo empujaron con fuerza políticas gubernamentales, se entendía a las mujeres como una población de “inserción difícil” al trabajo. Las mujeres han sido cada vez más numerosas en los salones de clase de las universidades públicas desde la década de los 70, pero siguen entendiéndose como madres a los ojos del Estado y de sus políticas de asistencia social.

Las mujeres han sido cada vez más numerosas en los salones de clase de las universidades públicas desde la década de los 70, pero siguen entendiéndose como madres a los ojos del Estado y de sus políticas de asistencia social.

 

“Habilidades para la vida”


Foto por Aliadas en cadena

Es en ese contexto que Aliadas brinda programas de formación, además de asistencia psicológica y social. Las mujeres que participan en Aliadas vienen de ese modelo, y de ahí traen también miedos e inseguridades que parecen esfumarse con el avance de la formación. En casi todas las entrevistas se destacaron estas “habilidades para la vida”, y cómo en el módulo se creaban espacios seguros para trabajar problemas de violencia familiar, de autoestima; o bien competencias interpersonales y otras habilidades más, que en el mundo del trabajo se entienden como “blandas”. 

Una de las participantes me contó que la ayudó a comunicarse mejor con su familia, otra más resaltó cómo fue a partir de esas conversaciones que se convenció de que no echaría a perder las computadoras por usarlas. Oriana también me confió que fue esta parte del programa la que le dio las claves para parar en seco la violencia en la que degeneró su vida de pareja a partir de la formación:

-  Él Tenía miedo de que yo cambiara […] ahí empezó a portarse mal [...] a prohibirme que yo viniera a las clases […] Pero mis ganas de salir adelante, son más fuertes que su miedo. […] Yo digo que una vez que uno recibe la información correcta de tus derechos, cuando tú empiezas a  conocer tus derechos... que es lo que puedes aceptar, que es lo que no puedes aceptar... Yo pienso que... La decisión más correcta fue la que tomé.

-  Sin duda... La pregunta es... ¿cómo llegaste a la información ¿Todo eso lo aprendiste con Aliadas?

-  Sí... (fuerte y tajantemente).

- ¿Con “Habilidades para la vida”?

-  Sí... y como te repito... con toda la ayuda que tenemos aquí. No solamente con Habilidades...  Aquí el apoyo es de todas... 

 

Aliadas todavía y a pesar de todo 

Años después de estos intercambios, investigando más a fondo los aprendizajes en entornos digitales y participando en círculos de creación de puentes y de activismo, me topé otra vez con Aliadas con su presencia en las redes sociales. Como era de esperar, forman parte de las redes venezolanas y latinoamericanas de feministas que buscan darle representación a las mujeres en la tecnología y formar parte de los debates que luchan contra la violencia. 

En esos años que pasaron la situación de Venezuela dio un vuelco violento. Desde nuestros intercambios hasta ahora millones de personas se han ido como han podido del país mientras la crisis económica llegaba a límites nunca vistos. A la par, la degradación social se ha profundizado, los recursos básicos son cada vez más escasos y en esta constelación de crisis, la energética y la de recursos para plataformas de redes tienen a Venezuela en un aislamiento intermitente. 

Pero eso no es todo: las libertades en general, y en particular la de expresión y acceso a la información el poder las tiene agarradas con un puño apretado. Al ver esto físicamente de lejos, pero informacionalmente de cerca, me pregunté qué estaría pasando con el programa de Aliadas. Cuando me metí en su página me llamó la atención ver que el programa había cambiado poco. Me preocupó pensar cómo es que con esa situación, el programa siga las mismas bases de hace una década. Conversé con Yomara Balzán, la gerente general; y con Rudaymil López, a cargo de los programas de formación y me di cuenta de que una vez más el privilegio me nublaba la vista. Sí, hay desarrollos tecnológicos veloces en la comunicación y necesidades nuevas en el país, pero eso se traduce también en que el contexto del que vienen las participantes se ha hecho incluso más difícil. 

Esta cierta arrogancia del mundo de la defensa del acceso a recursos digitales forma parte de los puntos de vista con los que muchas veces evaluamos esfuerzos. Después de estas conversaciones me queda claro que la tecnología avanza a pasos gigantes, pero el cambio de paradigma que busca abrirle las puertas a las mujeres a este mundo da pasos muy pequeños.

Cuando me metí en su página me llamó la atención ver que el programa había cambiado poco. Me preocupó pensar cómo es que con esa situación, el programa siga las mismas bases de hace una década. Conversé con Yomara Balzán, la gerente general; y con Rudaymil López, a cargo de los programas de formación y me di cuenta de que una vez más el privilegio me nublaba la vista.... Después de estas conversaciones me queda claro que la tecnología avanza a pasos gigantes, pero el cambio de paradigma que busca abrirle las puertas a las mujeres a este mundo da pasos muy pequeños.  

Al mismo tiempo, al sacar la cuenta de todo lo que se ha roto en Venezuela, Yomara y Rudaymil me hicieron entender que el programa de Aliadas tiene también un curriculum oculto que se basa en sortear los obstáculos en el trabajo técnico que en Venezuela son algo cotidiano y ofuscante. Si me pongo a pensar, por ejemplo, en las increíbles mujeres de Nari Jibon, me doy cuenta de que a pesar de que sus participantes lograron sacar la cabeza del agua y crearse mejores recorridos de vida, el programa en sí, como yo lo conocí, dejó de ver la luz hace varios años. Al final, es este trabajo de supervivencia y el esfuerzo de que hacer sentir a las mujeres legítimas en su participación dentro de la fuerza del trabajo tecnológico, en el que Aliadas se mantienen fuertes, al día y en la avanzada. 

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