Diana Franco, responsable de Hirikilabs, el Laboratorio Ciudadano de Cultura Digital y Tecnología situado en Donostia/San Sebastián, sentíó la necesidad de contrastar y reflexionar sobre lo que observaba en el interior de este equipamiento público de cultura digital.
Para ello junto a otras investigadoras decidieron encarar la tarea de observar no sólo qué se hace en un Lab sino cómo se hace, es decir, cómo se comportan las personas en este espacio y cómo se relacionan con otras personas, con la tecnología y con el propio espacio. Estos cómos son las conductas o los comportamientos que decidieron observar en los Labs.
Al grupo de investigadoras les interesó documentar las conductas que se dan en estos espacios porque consideran que “las tecnologías proporcionan grandes beneficios, especialmente en el primer mundo, y al mismo tiempo generan complejas matrices de dominación”.
Hirikilabs, como tantos otros laboratorios, se mueve en esta encrucijada. La pregunta que motiva esta investigación es si un laboratorio puede configurarse de un modo que no reproduzca la cultura y las conductas hegemónicas vinculadas a esas matrices de dominación. La primera conducta que se observa está relacionada con la existencia de distintas brechas de participación.
En sus objetivos, el equipo de investigación señala que “el motivo que nos ha llevado a salir de los Labs y sumergirnos en esos casos contemporáneos ha sido la intención de investigar si lo que ocurre en los Labs, lo que cada una de las personas que los frecuentan se sienten legitimadas para hacer y decir, y lo que hace que muchas personas ni se acerquen, responde, en esencia, a la misma cultura (los mismos discursos, los mismos valores) que impregna las grandes tecnologías en las grandes corporaciones”.
Para profundizar en su trabajo, las investigadoras decidieron prestar atención a lo que otras mujeres han señalado respecto a la participación en el campo de la tecnología. “Comprendimos con Mary Beard los intentos históricos de acallar la voz de las mujeres, y de la mano de Rahart Guha compartimos el interés por los estudios decoloniales. La idea de la colonización de la tecnología por la masculinidad de alguna forma nos acercó a Judy Wackman y su trabajo en torno al género y la tecnología. Fue muy interesante reencontrarnos con los textos de Silvia Federici que revisaba esa colonización también en los cuerpos, por parte del capitalismo. Volvimos a acercarnos a los textos de Langdon Winner para disipar cualquier duda de que la tecnología es neutral y llegamos a Jutta Weber que mira para adelante pensando cómo tendría que ser la transición de la ciencia y la tecnología hacia una tecnociencia feminista. En definitiva, el enfoque de las voces de la tecnología que toma en cuenta esta herencia de pensamiento resulta revelador en la búsqueda de respuestas de cierta profundidad”, expresan, reconociendo que “los ejes conductores de poder y conocimiento sirven para situar las relaciones de poder y conocimiento que se dan en las prácticas, actitudes y conductas con la tecnología”.
En sus conclusiones, las investigadoras afirman que “existe una gran oportunidad para comenzar a cambiar las estructuras dominantes: si los Labs fueran espacios donde las personas puedan convivir, comportarse, relacionarse y prototipar tecnologías de manera más auténtica como soberanía colectiva, poniendo en valor conocimientos ahora desprestigiados como la solidaridad o los cuidados, y promoviendo el respeto por las voces, ahora apenas ruido, ahora silenciadas”.
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