A fines de abril tuvo lugar la Cumbre Mundial de Creative Commons en la ciudad de Toronto, Canadá. Fue probablemente el encuentro más numeroso que haya tenido hasta ahora la comunidad de Creative Commons, y uno de particular importancia por el momento en que se encuentra la organización.
Este año, CC lanzó una nueva estrategia con el objetivo de cambiar su foco en las licencias para concentrarse en captar más gente y hacer crecer la comunidad de CC. La nueva estrategia aparece, además, en un momento en que el derecho de autor como tema perdió un lugar muy importante en la agenda de los derechos digitales.
CC nació en el 2001, con una diferencia de años con las tres principales compañías que definieron el modo de buscar e intercambiar contenidos en la web: Google, Facebook y YouTube, y con el proyecto de contenido libre más importante de la historia de la humanidad: Wikipedia. Eran las épocas de explosión de la blogósfera, del "contenido generado por los usuarios", de la web 2.0 y similares iniciativas que prometían hacer de la web la famosa "plaza pública de debate" para intercambiar ideas. Más allá de estas aspiraciones, la web pasó rápidamente de ser el lugar para "debatir ideas" a ser el "lugar para mirar videitos y compartir GIFs", y los blogs perdieron su momentum mientras nos íbamos acercando a las alturas de "la nube" (y mareándonos con el mal de altura).
¿Qué rol jugó CC en esa disputa? Más allá de la historia que cuenta siempre Lawrence Lessig sobre cómo y por qué nació CC, en aquel entonces, CC tenía para ofrecer algo que apuntaba directamente al corazón del intercambio del contenido generado por los usuarios. CC ofrecía un set de licencias que permitía compartir contenido con total libertad o con ciertas restricciones (según qué se eligiera), en un formato simple y entendible para personas que no fueran avezadas en temas legales, pero también ofrecía un código estructurado en metadatos RDF que permitía que fuera mucho más fácil de leer por máquinas que las anticuadas notas de copyright.
CC era una propuesta innovadora en ese contexto político de restricciones al intercambio (aunque quizás no lo fuera en el nicho geek heredero de las cuatro libertades del software libre), pero también era una propuesta innovadora a nivel tecnológico.
Respondiendo a cambios urgentes en los derechos de autor
Pero CC como organización también tenía otro objetivo que la hacía innovadora. Los abogados que le dieron origen y que se sumaron como "afiliados" a la red internacional de CC buscaban funcionar como un contrapeso académico y práctico a las minorías intensas de abogados que operaban en la industria del copyright, pagados por las mismas industrias de contenidos que buscaban mantener el statu quo y expandir el copyright a toda costa.
Así, la producción académica, las disputas litigiosas y las actividades de lobby que estos abogados llevaban a cabo tenía por todas partes el sello de las industrias de contenidos más tradicionales y operaban como minorías intensas frente a la masa dispersa de usuarios e instituciones que necesitana cambios urgentes en el sistema de derecho de autor.
CC era el contrapeso necesario en ese escenario, no tanto para defender a las nuevas empresas que surgían bajo un modelo diferente de producción de contenidos, sino para generar una producción intelectual (incluyendo el set de licencias) que se presentara en contraposición a estas minorías intensas pero que también hablara con el nuevo lenguaje de las tecnologías digitales. Y fue así también que se convirtió en motor de muchas organizaciones de derechos digitales que iniciaron su recorrido de la mano de CC.
CC era el contrapeso necesario, no tanto para defender a las nuevas empresas que surgían bajo un modelo diferente de producción de contenidos, sino para generar una producción intelectual que hablara con el nuevo lenguaje de las tecnologías digitales
Y parafraseando a un texto muy conocido, "y vieron las agencias de financiamiento que este tema era bueno, y decidieron entregar fondos a las organizaciones que trabajaban derecho de autor e Internet". Pero la agenda empezó a ampliarse, se sumaron otros temas y en el 2013 apareció el escándalo de la National Security Agency revelado por Snowden, y las agencias de financiamiento viraron hacia temas de privacidad, vigilancia y big data. El derecho de autor había dejado de ser sexy.
¿Y el compromiso de los/las usuarios/as?
CC tuvo otros dos problemas y una contigencia, además. Buena parte de su discurso hasta bien entrado el año 2013 estuvo basado en abstenerse de dar la pelea a nivel parlamentario para reformar las legislaciones restrictivas sobre derecho de autor que existía en otros países. En buena medida, porque el núcleo duro de académicos y de la organización central estaba basada en Estados Unidos, que tiene una de las mejores legislaciones del mundo en términos de limitaciones y excepciones y lo que se conoce como "uso justo". Pero también porque había cierto resquemor en involucrarse de manera directa en acciones políticas para influir en cambios legislativos.
El segundo problema fue que mucho de este discurso estaba basado en la idea de que las empresas debían generar "nuevos modelos de negocios" que hicieran que el derecho de autor como mecanismo de restricción para proveer contenidos ya no fuera tan relevante. Y lo que pasó fue exactamente eso: las tecnologías para ofrecer servicios de streaming mejoraron notablemente, aparecieron empresas monopólicas con capacidad de negociar in toto con los grandes productores de contenidos y ofrecerlos de manera gratuita o por un módico precio. Listo, el Primer Mundo había resuelto su problema, mientras todo el resto de la frontera seguía teniendo leyes de derecho de autor inaplicables y anacrónicas, pero a las agencias de financiamiento ya no les interesaba tanto como antes.
Por supuesto, la mitad de este negocio está basado en un modelo más viejo que las actas de la Royal Society: la suscripción a cambio de contenidos. La otra mitad está basada en otro modelo más antiguo aún, que se remonta a la época de los antiguos egipcios: la vigilancia y las actividades de inteligencia.
CC no logró generar un compromiso con sus usuarios. Salvo en grandes proyectos que necesitaban de contenido libre --como Wikipedia
Pero, además, CC no logró generar un compromiso con sus usuarios. Salvo en grandes proyectos que necesitaban de contenido libre --como Wikipedia, que también estaba de algún modo conformada por ese nicho geek heredero de las cuatro libertades y que entendía a la perfección cada licencia-- o en proyectos grandes que necesitaban claridad respecto al modo en que ese contenido se intercambiaba (por ejemplo, proyectos como Europeana, pero también plataformas como Flickr), el compromiso era vago y las licencias por lo general mal comprendidas (y hay estudios que demuestran que hasta Europeana, la gran biblioteca digital de Europa, tampoco entiende muy bien las licencias).
La demostración más cabal de este hecho fue cuando una mañana los usuarios de Flickr que habían elegido licencias CC "Atribución" o "Atribución - Compartir igual" se levantaron indignados contra la plataforma porque había decidido comercializar sus hermosas fotos (algo perfectamente legal bajo este tipo de licencias). Flickr rápidamente revertió la decisión, pero el mensaje quedó claro. La mitad de la gente que usa estas licencias probablemente ni siquiera las entienda demasiado bien, y la otra mitad que las necesita no las conoce o no las entiende en profundidad.
Con la llegada de Netflix y Spotify, ¿precisamos Creative Commons?
Así, CC siguió siendo un proyecto de nichos (abogados o geeks), pero además, un nicho bien establecido dentro del Primer Mundo, en una discusión muy encerrada sobre incentivos legales para la producción de contenidos. En el resto del mundo, la discusión iba por otro carril, algo que demostró el equipo de Joe Karaganis con su famoso "Media Piracy in Emerging Economies". En ciertos mercados y en ciertos contextos la diatriba no era entre "el acceso ilegal a menor precio" o "el acceso legal a mayor precio", sino entre el acceso ilegal y el ningún acceso. De eso se trataba, y se trata, la discusión.
La pregunta entonces es si necesitamos a CC en un mundo donde existen Netflix, Spotify y toda la miríada de servicios que venden suscripciones y pagan los costos con vigilancia de las actividades de los usuarios. Esta es una pregunta compleja que necesita un análisis mucho más extenso, pero en principio la respuesta es que sí. Porque existe contenido más allá de Netflix y Spotify, y porque para que ese contenido se difunda se siguen necesitando estos modelos alternativos de licenciamiento y se sigue necesitando que hayan grupos de interés que promuevan reformas positivas en el inflexible sistema de derechos de autor.
Existe contenido más allá de Netflix y Spotify, y para que ese contenido se difunda se siguen necesitando estos modelos alternativos de licenciamiento
Esto implica, por supuesto, moverse de las licencias (que con la versión 4.0 han alcanzado un desarrollo más que aceptable) y sí, enfocarse en la gente. ¿Qué quiere decir enfocarse en la gente? Dar cuenta de la diversidad de las personas que integran la red y de la diversidad de contenidos (e idiomas y formas de comunicar cultura) que existen en el mundo, comprender los contextos locales que influyen sobre la consecución del objetivo global de modificar el sistema de derecho de autor, comprender la forma en que estos contextos alientan prácticas alternativas de producción de contenido, entender de qué forma los proyectos que son aplicables para Europeana y la Digital Public Library of America no tienen nada que ver con los proyectos que se pueden armar en las bibliotecas populares de Argentina, Colombia o Uganda, y la lista sigue.
El desafío del progreso inclusivo
El desafío es enorme. Por un lado, implica demostrar que CC sigue siendo una organización con valor, que posee una red internacional de expertos y académicos que pueden generar discursos de contrapeso al discurso de las minorías intensas. En los contextos locales necesita demostrar que no se trata de una discusión de ricos del Primer Mundo, es decir, necesita construir una narrativa que demuestre que el costo de tener un sistema de propiedad intelectual cerrado es equivalente a retrasar el futuro en 50 o 100 años, pero no solamente para las pobres bibliotecarias que no arrastran votos, sino también para los entrepeneurs e innovadores que quieren hacer plata con la start up volátil del mañana y que cautivan votos porque son el proyecto político de la modernidad.
CC necesita construir masa crítica para reformar a nivel global el derecho de autor, pero también para seguir siendo la herramienta necesaria para hacer avanzar la ciencia, la tecnología y la cultura. Necesita tomar para sí el proyecto de ser una plataforma para el progreso inclusivo.
CC necesita construir masa crítica para reformar a nivel global el derecho de autor
En definitiva, la búsqueda que CC ha iniciado como organización es la de construir una comunidad que sea capaz de generar ya no un producto (las licencias), sino una nueva teoría de cambio. Con más de quince años cumplidos, CC tiene un recorrido muy valioso para mostrar, algo que se ve reflejado de alguna manera en su Reporte del Estado de los Comunes 2016, y es un buen momento para replantearse estrategias.
Pero también, el escenario en el que se encuentran muchos servicios de la web, con la revolución fallida de la "Internet de las cosas", con el cuestionamiento al rol de la NSA como productor de vulnerabilidades de seguridad en los dispositivos electrónicos en su afán de vigilancia total y con los debates sobre la "pos-verdad" que tienen a Google y a Facebook en el centro del escenario como lo que siempre fueron (editores de contenidos y no meros buscadores) y con los desafíos que enfrente la inteligencia artificial para sobreponerse al sesgo de contenidos, ofrecen una oportunidad a CC para demostrar que tiene capacidad para reconvertir su agenda y posicionarse estratégicamente en la discusión sobre los modos de producir y distribuir la producción intelectual en el siglo XXI.
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