De la misma manera que el vínculo mujer artista/mujer feminista ha sido muy frecuente en las últimas décadas, sobre todo en el proceso de toma de conciencia colectiva, también lo ha sido el interés de las artistas feministas por internet (y en general por los nuevos medios de comunicación en los que difundir sus reivindicaciones). No sin motivo, todo nuevo espacio adquiere un valor añadido para las mujeres en la búsqueda de métodos menos lastrados por la cultura patriarcal.


En el arte propio de la red se percibe un interés activo por la deconstrucción más característica de una acción feminizadora. Desde el origen del ciberfeminismo y el trabajo de las VNS Matrix, pasando por las Internacionales Ciberfeministas lideradas por las OBN, la visión de las artistas ha sido fundamental para el ideario ciberfeminista. Las nuevas posibilidades de trabajo (tanto de producción como de distribución) brindadas por internet permitieron a las artistas la creación de redes autónomas independientes de las estructuras jerárquicas propias de la institución- Arte. Por otra parte, la crítica a las lógicas lineales y excluyentes características de los discursos esencialistas tiene en los nuevos lenguajes de la red (basados en estructuras horizontales, fragmentadas e hipertextuales) una posibilidad de acción subversiva sin precedentes.


Tal vez el aspecto más interesante de la vinculación del trabajo creativo a la lucha política ciberfeminista venga del lado de la nueva responsabilidad de la creatividad en la época contemporánea en relación a la construcción de identidad. Una nueva responsabilidad que nos hablaría de producción inmaterial, de la producción de deseo, de significado, de la producción de afectos y emotividad. Responsabilidad que se materializaría además en el uso de las industrias de la subjetividad para la construcción de dispositivos de colectividad y experiencia, donde se puede suscitar la inclusión y en su caso la crítica del resultado de construcción de identidad.


De otro lado, no podemos olvidar que las políticas de producción de identidad vendrían determinadas por las nuevas condiciones para la producción del sujeto en un mundo en red, donde lo que somos es siempre creado y el código produce identidades de usar y tirar. En esta línea, si consideramos las prácticas creativas como dispositivos de construcción crítica de subjetividad y sociabilidad, estas pueden actuar como un importante instrumento, como una eficaz herramienta feminista.


De hecho, la práctica artística de las mujeres a través de las tecnologías desempeña un papel conocido dentro de nuestra cultura actual. Las mujeres artistas han sido pioneras en la producción artística con nuevas tecnologías. En ellas han visto una menor carga simbólica que en las prácticas y técnicas tradicionales. De hecho en los primeros años del net.art, también al principio del ciberfeminismo, éste era sin duda el aliciente: aprovechar el carácter novedoso del medio, transitar el erial con todo lo política y socialmente inquietante de los espacios por hacer, de los dispositivos por dar forma política y social. Sin embargo, ese lado estimulante tenía a su vez algo de perverso: pensar en la neutralidad del medio, en su inocencia como algo propio de su novedad. En este contexto, vamos a establecer una analogía entre el net.art y el ciberfeminismo. No es vana. Ambos orígenes y trayectorias están cargadas de coincidencias.


Ciberfeminismo y ‘net-art’


En primer lugar, un aspecto común sería el gran interés con que los ‘net.artistas’ y las ciberfeministas se enfrentan al medio y a la estructura horizontal de la red. Internet como espacio político y como estructura desjerarquizada ha sugerido a muchos la idea de una colectividad utópica, constituida como esfera pública compuesta por todos los seres humanos, todos conectados a una gran red. No obstante, si bien la estructura horizontal del medio incitaba a lo mejor de nosotros a imaginar ideales estados de convivencia como ése (libre circulación de la información y desarrollo de una democracia efectiva), graves dificultades se cernían sobre las luchas políticas a este respecto.


Una de ellas sería el hecho de que los sistemas genealógicos sobre los que se estaba construyendo el ciberespacio seguían (siguen) repitiendo los patrones de intercambio sociosimbólicos patriarcales. Escondidos tras una estructura desjerarquizada se idean nuevas y más sutiles estrategias de jerarquización y se dedican grandes esfuerzos a repetir la historia, a mantener las mismas formas de poder en lo social y también en lo artístico.


En segundo lugar, los continuos intentos por evitar inscripciones y metodologías propias de una lógica logocéntrica del discurso y, en consecuencia, los constantes rechazos a su autodefinición. El ciberfeminismo, decía Faith Wilding, esquivaba “las trampas de la definición con diferentes actitudes hacia el arte, la cultura, la teoría, la política, la comunicación y la tecnología –el territorio de Internet”.


Asimismo, la resistencia a la inscripción desde el net.art tendría mucho que ver con el ciberfeminismo, sobre todo en sus pretensiones políticas. Esta cercanía sugerente y cómplice entre net.art y ciberfeminismo no puede obviar la relación entre algunas de las dificultades de ambos fenómenos. Si del net.art podemos mencionar su relación con las instituciones y el mercado, del ciberfeminismo podríamos hacer referencia a la desilusión por apenas poder introducir sus debates en foros no específicos, más allá de los grupos feministas y artísticos.


En ambos casos se trataría de que su infiltración en los estamentos de legitimación pública no haya logrado modificar a estos estamentos y, en muchos casos, ni siquiera hayan logrado entrar. Esta dificultad limitaría la eficacia de muchas acciones feministas sobre las redes y la tecnología y de cualquier otra lucha política cuyo objeto es promover cambios en la sociedad.

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