Partimos de cierto acuerdo de que el acceso a las tecnologías digitales es importante. Y no cualquier tipo de acceso, sino uno significativo: a qué accedemos y cómo. Reconocemos la perspectiva de género y la interseccionalidad como una óptica fundamental para entender las relaciones de poder y condiciones desiguales que nos atraviesan.
Sin embargo, a la hora de hilar fino, barajar estrategias y jugar nuestras cartas, decidir desde qué espacios agenciamos, las diferencias emergen. Para algunas, el término «acceso» no forma parte de su gramática: no lo sienten como concepto vector desde donde accionar. Hablan de «apropiación», «acción directa», «transmitir libertades». Para otras, el «acceso» es un derecho universal e importante para habilitar el desarrollo y la participación de las mujeres en la sociedad.
Visualizamos el «acceso» como una criatura de múltiples brazos: los fierros y cables (infraestructura), el código, los proveedores y servicios, los marcos legales, los procesos de comunicación y acompañamientos, la producción y circulación de contenidos, sólo por mencionar algunos.
Reconocemos la perspectiva de género y la interseccionalidad como una óptica fundamental para entender las relaciones de poder
Por ello, por la necesidad de dialogar con cada tentáculo, invité a divagar por estos laberintos a 8 personas -socialmente percibidas como mujeres, aunque no todas necesariamente se identifican estrictamente como tal- que trabajan en distintos ámbitos del acceso en Latinoamérica. Ellxs destripan máquinas, hacen cirugía a propuestas de ley, se zambullan en comunidades de las sierras y de las periferias, bailan entre líneas de comando, caldean ambientes institucionales. Todas luchan en su trinchera y abonan a esta nota (que no implica que se suscriban a mis opiniones aquí manifestadas).
Voy a extraer ciertas aristas de aquellas conversaciones y trazar puntos de fuga que ojalá desborden los límites de esta pantalla, de esta plataforma y queden orbitando como detonantes.
Estrías y callos
Generalizar sobre 19.2 millones de km2 que alberga 20 países sería imprudente e inútil, pero podemos esbozar elementos del escenario: regímenes de excepción, necropolíticas, megaproyectos y extractivismo feroz, un Biàn Liǎn político...
Las instancias gubernamentales de Latinoamérica son inversores millonarios en tecnologías de vigilancia y anfitriones entusiastas de expos que no sólo legitiman técnicas de control social que atentan contra nuestros derechos básicos sino que refuerzan la idea cínica que las tecnologías son neutrales.
Proyectos megalomaniacos como Free Basics1, frotándose las manos con la creciente penetración de la telefonía celular, conducen una tercera ola colonial, alzando la bandera de «acceso global», con la pretensión de reemplazar el Estado de Bienestar con apps de salud, educación, empleo e información local. No nos están ofreciendo «acceso», quieren acceder a nosotras, limar nuestras asperezas, capitalizar nuestros parpadeos.
Nos matan todos los días por defendernos. Los femicidios acompañan nuestros cafés de primera hora
El «stand up, speak up» inspiracional no es tan sencillo por acá. Nos matan todos los días por defendernos. Los feminicidios acompañan nuestros cafés de primera hora.
A la vez, está nuestro bagaje en procesos de resistencia y autonomía comunitaria que se posa sobre nuestro hombro izquierdo y nos susurra que vamos despacio porque vamos lento, que cada generación heredamos una lucha de largo aliento y no estamos reinventando la rueda, que lo que importa es el hacer en el día a día y que podemos imaginarnos y vivimos de otras maneras.
Articular desde las diásporas y las grietas
Una conclusión recurrente a la hora de plantear acciones y respuestas es la necesidad de articularnos entre diferentes contrapartes: escucharnos y mirarnos más (genuinamente), reconocer nuestras trayectorias. Una intención que en la práctica tambalea por su propio peso.
Necesitamos condiciones concretas para que podamos realmente, no sólo sentarnos a hablar, sino crear puentes y alianzas. Y eso no significa que tenemos que estar de acuerdo ni soñar los mismos horizontes ni agradarnos, pero sí implica cuestionar nuestras relaciones de poder, estar dispuestas a incomodarnos, y mutarnos.
¿Eso lo va a hacer una instancia gubernamental o una multinacional? Claro que no y si alguna vez hacen un gesto que se le pareciera, será anteponiendo intereses propios o limitados por burocracias.
Frente a un cotidiano tan crudo, donde la violencia es pan de cada día y la impunidad reina, las estrías y los callos nos recuerdan a desconfiar, a «medir el agua a los camotes». El escepticismo como filtro necesario, una táctica ante la colonización. Innumerables veces nos intentaron vender cortinas de humo.
Crear puentes y alianzas implica cuestionar nuestras relaciones de poder, estar dispuestas a incomodarnos, y mutarnos
«Hay que estar desde adentro para cambiar las cosas», dicen por ahí. ¿Cuál es el adentro? ¿El «sistema»? ¿Trabajar en gobierno? ¿Formar parte de una red internacional? Independientemente de cómo cada una nos relacionamos con este enunciado, nos toca seguir construyendo y abonando espacios fluidos y orgánicos en los que podamos transitar y experimentar desde perspectivas completamente dispares y desde trabajos concretos. Cultivar la diversidad es una búsqueda constante que requiere cambiar de rumbo, re-pensarse; cuestionar las comodidades, terquedades e inercias.
El efecto descafeinante de los espacios formales de discusión entre contrapartes es sintomático de la inviabilidad de sus lógicas centralizantes y logocéntricas. Por mucho que se incorporen metodologías mixtas de listas de correos abiertas y llamadas grupales, no va a ser una opción de participación viable ni deseable para una gran mayoría. Ningún único canal o espacio lo puede ni debe ser.
No queremos que nos incluyan en el debate, ni aspiramos a que nos den una beca para ir a un congreso internacional. Queremos reconocernos entre nosotras sin capitalizarnos ni fagocitarnos.
El problema de mapear iniciativas es dar por hecho que todas queremos ser visibles para empezar. La visibilización tiene un coste a muchos niveles. Y aunque una no pretende que su versión de la historia sea el modelo o el referente, caemos muchas veces en un sesgo de representatividad, agudizada por cómo operan las redes sociales privativas que alimentan la endogamia -filter bubbles-, el hype -tendencias-, el consumismo e inmunización de contenidos, la estandarización de formatos -«que sea corto y sexy»-, el capital social – los “me gusta”, los tuits, los puntos-.
Claro, podrías contra-argumentarme que bueno, que se trata de poner sobre la mesa ejemplos de experiencias, incidir en el imaginario de lo posible, pero la traba está en que no es cuestión de lo que tú haces o lo que yo hago, sino el panorama general que se dibuja con estas formas de narrar en internet y cómo se capitaliza después.
Cultivar la diversidad es una búsqueda constante que requiere cambiar de rumbo, re-pensarse; cuestionar las comodidades, terquedades e inercias
La sociedad civil es un paraguas ficticio que se echa a los hombros más peso de lo que puede cargar. Fundamentalmente es representada por organizaciones sociales dependientes de recursos centralizados y condicionadas a una agenda y cuantificación que las desvía de empaparse en procesos de base. ¿Hasta qué punto podemos hablar por las personas con las que nunca compartimos el pan ni el silencio?
Podemos presuponer que hay una serie de cuestiones que son básicas para nuestro buen vivir y dignidad; y que todas merecemos acceder a ellas plenamente. Algo así como unos «derechos universales», pero la forma de nombrarlas, su contenido y mecanismos, ahí ya nos tiramos de los pelos.
Ninguna contraparte tiene que adoptar las terminologías, lenguajes y protocolos de las demás sino aprender a escuchar (con el cuerpo), a salirse de su caja, quemar su cuaderno de anotaciones.
Modularizar en compartimentos cada término, cada «meta para el desarrollo», no nos brinda una comprensión más profunda. Todo lo contrario: enfocar nos atrofia la visión periférica, nos vuelve miopes a las intersecciones e intersticios.
Irrumpir como feministas en las redes autónomas
Las redes comunitarias (mesh and local networks) pueden ser un paradigma de un acceso significativo más descentralizado y cercano a las tecnologías. La comunidad puede diseñar, desarrollar y administrar su propia red en vez de ser cliente dependiente de servicios de mala calidad por parte de monopolios o, como sucede en muchos contextos rurales y de las periferias, ni considerarse una población rentable y susceptible a ser usuaria. El proceso implica, en mayor o menor grado, dimensionar su materialidad y funcionamiento. La red deja de ser un ente invisible, una «nube» omnipotente; toma forma de antenas que conviven con pinos, transmisores y repetidores que a veces les da hipo, cables que se enredan con los pies y las raíces, pero, sobre todo, se traduce en un giro en la manera de relacionarnos entre nosotras y con las tecnologías: ir a otro ritmo, tenernos paciencia, gestionar procesos colectivos de aprendizaje, resolver a través de innumerables ensayos y errores...
En otro plano, estas experiencias van abriendo camino en las batallas legales y políticas por la concesión de bandas de frecuencias de espectro radioeléctrico y por el derecho a gestionar nuestras propias telecomunicaciones. Las reformas legales extienden sus tentáculos a múltiples aspectos de la vida. La lucha en el congreso y en los pasillos para liberar las vibraciones del aire nos permea a todas.
Sin embargo, aún falta un largo camino en materia de género. El mundillo de las redes comunitarias es agua de hombres, hombres blancos de clase media que no consideran que el feminismo tenga relación, que mejor volvamos a hablar de cómo amplificar la señal de tal receptor en vez de amplificar la mirada.
El mundillo de las redes comunitarias es agua de hombres, hombres blancos de clase media que no consideran que el feminismo tenga relación con ellas
Agrupaciones como la Coalición Dinámica sobre Conectividad Comunitaria (Dynamic Coalition on Community Connectivity -DC3- , que apuntan a promover la conectividad de un internet sustentable y fomentar el ejercicio pleno de derechos fundamentales como la libertad de expresión y la autodeterminación, no mencionan «género» en su ruta de acción.
Mi intención no es desmeritar todos estos procesos, ni constatar que todas son, en la misma medida, ciegos a cuestiones de género, sino darles un tirón de oreja e invitar a las feministas a que irrumpamos en estos espacios, no sólo a colocar sobre la mesa temas como «privacidad», «consentimiento», «confianza», «sexoafectividades» sino a embeberlas en cada instalación de antena, en cada visita a comunidad, en tomarse la molestia de explicar con un lenguaje cercano qué es una dirección IP y un router, a redactar juntas políticas y acuerdos sobre cómo queremos habitar nuestro ecosistema digital.
Invitar a las feministas a que irrumpamos en estos espacios a redactar juntas políticas y acuerdos sobre cómo queremos habitar nuestro ecosistema digital
No iba a citar a nadie en específico acá, pero no me puedo resistir en rescatar unas frases que me resonaron en una de las conversaciones: «No creo en enseñar a los hombres a respetar a las mujeres (..) Queremos enseñar a más mujeres sobre infraestructura para que puedan molestar2 en espacios mixtos de redes mesh con problematizaciones innecesarias mientras se discute ipv6 al mismo nivel».
Como feministas podemos moldear no sólo cómo accedemos sino a qué. Podemos dibujar otros paisajes y no siempre tener que encajar en plataformas que nos desbordan y violentan.
Las experiencias de servidores autónomos feministas también constituyen escenarios de experimentación donde el acceso no se disocia del agenciamiento. Compañeras sembradas en latitudes por todo el mundo se están organizando para ocupar estos bichos ronroneantes de metal. Necesitamos apoyar estos proyectos porque son vitales para construir un internet feminista.
Cabos sueltos
¿Quién habrá leído hasta acá? ¿Tú? Podemos mirar las analíticas de Goog... ups! Caemos en la paradoja de acceder a ti por querer saber si accedes a nosotras. Pero existen alternativas, en este caso, Piwik, una plataforma libre de analíticas con opciones de privacidad que se puede instalar en un servidor propio y no estar obligadas a que terceros manejen datos sensibles.
Es muy limitado el perfil de personas que se topan con estas cosas. Te invito a imprimir los artículos que te provocan, recórtalos y conviértelos en cadáveres exquisitos, pega papelitos en las paredes de los cuarto de baño, en los asientos del bus, regálalos a tus amigas que nunca te dan bola en estos temas.
Agradecimientos a
Carl J, Estrella Soria, Evelin Heidel (Scann), Fer , Joana Varon, La Jes, Mikra y Renata Aquino Ribeiro
Por el tiempo, las palabras y preguntas para seguir caminando.
1. “Free Basics by Facebook (antes Internet.org) es una asociación entre Facebook y proveedores de servicios de Internet móvil (ISP) que pretende dar acceso gratuito a una selección de sitios webs mediante una aplicación móvil, con la finalidad de aumentar la penetración de Internet en países en desarrollo. La iniciativa ha sido implementada en países con economías emergentes en África, Asia y América Latina, recibiendo críticas por contravenir el principio de la neutralidad de la red al emplear el modelo de tasa cero (zero-rating). Artículo en Wikipedia
Para una opinión más politizada, véase ¿Facebook da Internet gratis? Demasiado bueno para ser verdad, de r3d.mx
2. Las cursivas son énfasis del tono de ironía del comentario.
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