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Los niños y las niñas probablemente piensen en los derechos humanos como algo bastante obvio. Les debe parecer extraño que la gente adulta dedique tanto tiempo y esfuerzo y dinero a negociar y reescribir algo tan fundamental – el derecho a una vida decente y feliz para toda persona.


Pero la verdad es que los “derechos humanos”, en sentido formal, habitan en una extraña intersección de intereses en pugna: déspotas que necesitan librar guerras versus personas que necesitan vivir en paz, empresarios que necesitan maximizar ganancias versus trabajadores que necesitan mayores salarios, instituciones que necesitan preservar tradiciones versus jóvenes que necesitan crear nuevos caminos. Tal vez el problema sea que *todos* los bandos tienen derecho a participar en la redacción de los derechos humanos.


Así es como la composición de las políticas, leyes y mecanismos de derechos humanos se torna un proceso largo y tedioso, que resulta en la re-escritura y re-presentación de los mismos derechos. El Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales (ICESCR, por sus siglas en inglés) es uno de tales ejemplos de reiteración y presentación particular de los derechos humanos. La sección de economía del ICESCR está presentada por entero como derechos de las personas explotadas que trabajan en economías capitalistas. Discutir los derechos de las personas explotadas parece un contrasentido. Me parece que lo más inteligente que se podría hacer es terminar con su explotación, es decir, acabar con el capitalismo. Igual de absurdos me parecen los esfuerzos para garantizar los derechos de las mujeres bajo el patriarcado cuando, obviamente, el objetivo es en realidad terminar con el patriarcado.


Pero lamentablemente el argumento que ganó la batalla del activismo aceptable en el Siglo XX es el que propone que garantizar más derechos dentro de un sistema explotador contribuirá en el (muy) largo plazo a disminuir el poder de ese sistema explotador. Por lo que la mayoría de las personas están convencidas de que un patriarcado que les reconoce a las mujeres el derecho a divorciarse, por ejemplo, es un paso más sencillo y saludable por el que debemos trabajar, en vez de un feminismo que pueda abolir de una vez por todas el contrato matrimonial explotador. De manera similar, un capitalismo que ofrece licencias pagas por enfermedad y el derecho a sindicalizarse es un paso más sencillo y saludable por el que debemos trabajar, en vez de un socialismo en el que todos los trabajadores comparten las ganancias y el gobierno de sus empresas.


Por lo tanto la expresión “derechos económicos, sociales y culturales” se convirtió en un marco para referirse a los derechos de las personas dentro de sistemas agobiantemente opresivos. Sin embargo, a pesar de todas las concesiones que hemos hecho a la justicia que realmente nos merecemos, la mayoría de las poblaciones ven violados esos derechos. Durante el cambio de milenio, un momento en que los actores de los derechos humanos luchaban ambiciosamente por poner fin a la pobreza (mientras se mantiene el capitalismo) o terminar con los crímenes de guerra (mientras se mantienen las naciones estado), llegó internet, como directamente salida de la imaginación de los autores y autoras de ciencia ficción. La red había legado al fin, y la red era buena.


Hoy, al igual que en siglo pasado, la lucha por los derechos humanos digitales es una batalla entre intereses en pugna y nos estamos quedando sin tiempo antes de que el “sistema” se vuelva demasiado poderoso como para cambiarlo en línea. Voy a explicarme con tres ejemplos diferentes:


Datos y autodeterminación

El Artículo 1 del ICESCR reconoce el derecho de todos los pueblos a la autodeterminación, incluso el derecho a establecer libremente sus objetivos económicos, sociales y culturales y a disponer de sus propios recursos. Es una idea fundamental que las personas que comparten una geografía y una historia puedan reunirse para a) decidir por sí mismas cómo manejar sus intereses y b) administrar sus recursos naturales, minerales y sus bienes (capital). Sin embargo, este mismo concepto está bajo amenaza con el ascenso de los datos como una nueva forma de capital. ¿Qué significa que las corporaciones posean más datos sobre las personas que sus propios ministerios u oficinas púbicas de estadísticas y censos?


A veces nos resultas difícil conceptualizar los datos masivos en nuestra mente porque no tenemos un marco de referencia respecto de cuán ‘masivos’ son. Pero imaginemos una nación estado de 100 millones de ciudadanos adultos y donde hacia 2020, 90% de esa población estará en una red social que hace minería de sus datos. Estos pasan a ser datos que pertenecen en forma privada a una empresa extranjera. No están disponibles para uso público (como lo estarían los datos recolectados por universidades o agencias gubernamentales, por ejemplo). Si los datos son facilitadores del control, entonces el poder de esta empresa privada para influir sobre los ciudadanos de esa nación estado socava la misma idea de autodeterminación. Quienes dudan de que las noticias en internet pueden diseñarse para manipular las elecciones de usuarios y usuarias, pueden simplemente cotejar la retórica pos-Trump o de la “post-verdad”. (en inglés)


Trabajo y automatización


La automatización de trabajos no es algo nuevo en el desarrollo de la industria. Pero la pérdida de puestos de trabajo por automatización se acelerará exponencialmente en los próximos 5-10 años, debido a invenciones como los automóviles autónomos. Es muy probable que veamos huelgas y movilizaciones de trabajadores en protesta porque las máquinas los reemplazan. Pero no es contra la automatización que debemos luchar: esa parte es inevitable. Por lo que protestarían en realidad los trabajadores sería por la pérdida de su subsistencia – no de un oficio. Sin dudas habrá quienes se sientan nostálgicos por la pérdida de oficios como la conducción de camiones (y lo más probable es que sean personas que jamás tuvieron que conducir camiones para ganarse la vida).


El tema, sin embargo, es que algunos principios del ICESCR ya no serán aplicables en las nuevas economías. Las negociaciones colectivas cambiarán para algunos oficios en la medida en que sectores enteros sean automatizados. Propuestas como la del Ingreso Básico Universal cobrarán impulso, como también la desvinculación de la seguridad social y las pensiones del empleo. Hoy en día importa más que nunca reimaginar la productividad por fuera del trabajo asalariado y proponer nuevas formas de estructurar (¡y recaudar!) los impuestos debidos por las gigantescas empresas de tecnología.


Cultura vs. Cultura en línea


El Artículo 15 describe la participación en la vida cultural como un derecho fundamental. Esto también se relaciona con el derecho a preservar la herencia cultural – en especial la de las minorías – y también el derecho a disfrutar de la participación en la (re)poducción del arte, el pensamiento y la música. Cada ve que pienso en “cultura”, recuerdo la obsesión de Nietzsche con ella:


“Rara vez se entiende correctamente el problema de la cultura. El objeto de la cultura no es la mayor felicidad posible de un pueblo ni el desarrollo sin impedimentos de todos sus talentos; en cambio (…) el propósito de la cultura es la producción de grandes obras.”

Por definición, la cultura no es global. Es particular a un pueblo. ¿Pero acaso no podemos pensar en una cultura universal en línea? De hecho, las empresas de tecnología han trabajado con verdadero ahínco para globalizar la cultura de internet. Ringtones de Samsung, palos para selfies, “me gusta” de Facebook, notas de voz de Whatsapp, memes – todos estos son significantes de una cultura global.

La diferencia entre esta ola de globalización y la oleada de Coca-Cola del siglo pasado (cuando se podían encontrar botellas similares de Coca-Cola en cualquier lugar del mundo) es que las de ahora son herramientas de producción cultural. Todos podemos enviar mensajes de voz en nuestros propios idiomas pero Whatsapp es cómo los enviamos. Si pensamos en la cultura como un espacio de encuentro, de debate, de expresión artística, ¿cómo afectan los espacios en línea nuestro derecho a participar en la vida cultural? ¿Cómo afectan o consumen nuestra creatividad? ¿A quiénes se deja o empuja fuera de esta participación? ¿Y por qué?

¿Cuáles son las “grandes obras” de lo digital?

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